martes, 18 de diciembre de 2012

¿Depresión postparto?


Por Ana María Constaín


El primer año de Eloísa fue muy difícil. Especialmente los primeros 3 meses. Probablemente si hubiera consultado a un profesional habría sido diagnosticada con depresión postparto. Habría sido medicada. El parto fue mucho de lo que no quise. En lugar de un parto en casa, cálido y amoroso, tuvimos una cesárea. Después de una batalla de 20 días renuncie a amamantar. Recuerdo días oscuros, dolorosos, de lágrimas y desesperación. Muy contrarios a la imagen gozosa de madre y bebé abrazados en un vínculo amoroso que inunda el ser.
Sabía que tenía que atenderla, estar presente. Y quería, pero una parte de mi no lo deseaba tanto, como se supone que pasa naturalmente. La verdad es que por momentos quería que desapareciera, para poder abandonarme en sueños y escapar de todas esas sensaciones que me inundaban. De mi cuerpo adolorido, y tan ajeno a mi. De mi cabeza llena de ideas, temores, información inútil. Escapar de un dolor desgarrador, de una soledad que me invadía, de un cansancio que me superaba.
Luchaba por abrazarla, sostenerla todo lo que ella necesitaba, darle un tetero con un mínimo de presencia. Resistiéndome a mis deseos muy profundos y ocultos de entregarla a alguien más que se hiciera cargo. Una enfermera, un familiar, alguien que me devolviera mis horas de sueño.

Sí, seguramente habría sido diagnosticada con depresión postparto. Y tal vez por eso nunca me atreví ni siquiera a preguntarlo.

Porque bien sabia que esa depresión no era mas que un despertar de una parte de mi que había estado enterrada. Dormida, oculta. Una parte de la que quería hacerme cargo.
Por eso permanecí. Al lado de Eloísa. A veces llorando o incluso gritando, cuando se despertaba cada hora. Enloqueciendo con su necesidad de tenerme siempre presente. Pero permanecí, a su lado.
Estuve ahí, a veces amorosa, a veces impaciente... Estuve. Mirándome, mirándola, contándole de mi. Amándola.
La alejé de mi prematuramente en la noche, para luego darme cuenta de que lo que necesitaba era estar conmigo. Mientras tanto pasé muchas noches oscuras resistiéndome la tentación de aplicar cuánto método me enseñaban para tener mas tiempo para mi, y que ella, a las malas “aprendiera” a no necesitarme.
Ahí estuve. Construyendo un vínculo que no pudo surgir naturalmente. Un vínculo obstaculizado por instrumental médico, protocolos y también por mi propia historia. Por mi sombra.
He pasado tiempo intentado entender, culpándome, culpando a sistema.
Hoy sé que fue lo que tuvo que ser. Eloísa me ayudo a despertar. A descongelarme. A sentir el dolor de un cuerpo que andaba por su propia cuenta.
No pudo ser de otra manera a pesar de mi voluntad, de mis deseos. Y con esto Eloísa me ayudó a abrir una nueva ventana de consciencia. A darle un giro a mi historia.

Esta cesárea, está separación de las dos en el nacimiento, esta imposibilidad para amamantar, me hicieron mirarme de cerca. Bajarme de mi cabeza. Sentirme. Descubrir una sexualidad reprimida, mi cuerpo disociado, olvidado, rechazado, sometido. Un cuerpo que carga con mi historia, la de mi familia, la de mi cultura. Que encarna lo que las mujeres creemos haber conquistado. Lo que la sociedad ha castrado.

Todo esto parece dramático, y no dejo de impresionarme con la manera en como estamos todos tan anestesiados ante los nacimientos y los vínculos primarios. Todo nos parece normal.
De alguna manera pertenezco a este raro círculo de mujeres que analizan demasiado las cosas, que le dan demasiada trascendencia a la vida y a las situaciones por las que "todas pasan" y que al final no son tan importantes.
-Mira, “yo nací así y mira lo bien que me fue” me decían para calmar mi dolor.
Tantas veces oí que si fue tan difícil seguro fue que porque le dí muchas vueltas, lo hablé mucho, le dí demasiada importancia. Lo dramaticé en exceso.
Menos mal.
Porque para mi, es un tema muy trascendental. Un tema que cada vez aligeramos mas. Racionalizamos. Justificamos.

Pero el nacimiento no tiene nada de light. Ni lo son tantas cosas de las que privamos a nuestros bebés en su primer año.
Años después nos estamos preguntando porque tanta violencia, porque tantas adicciones y enfermedades. Llevamos a nuestro hijos a miles de especialistas. Este si que “nació enfermo", " es que tiene un carácter, eso viene del abuelo paterno”, “no sé porque resultó tan mentirosa y manipuladora”

Somos incapaces de mirar de frente la distancia emocional y corporal con la que los recibimos. Las primeras experiencias de vida que les proporcionamos, el mundo que les mostramos cuando aun no tenían palabras. Las tantas, tantísimas veces que no los vimos. Los mensajes que les transmitimos aún sin darnos cuenta.

Estamos tan desconectados de nosotros mismos que nos hemos vestido de indiferencia, normalizando la violencia que ejercemos en los partos, en la crianza de nuestros bebés. No lo vemos. No lo sentimos. Nos acomodamos en un discurso racional y muy moderno. Nos parece lógico.

Agradezco ese primer año. Esa experiencia que me sacudió.
Agradezco la luz que no me permitió escapar, medicarme, entregar a Eloísa a manos de otros, usando razones perfectamente comprensibles.
Agradezco no haberme acomodado en una depresión postparto. Haber podido sentir ese dolor, esa locura, ese cansancio, esas ganas de que ella deapareciera. De retroceder el tiempo, de renunciar a la maternidad.
Agradezco esa herida en mi vientre, esos pezones agrietados y sangrantes. Esa soledad profunda, esas lágrimas interminables.
Esos gritos de Eloísa, que retumbaban en mi corazón, impidiéndome quedarme dormida. Esa fuerza que trajo que me invitaba a la vida. Que me imposibilitaba ocultarme plácidamente en mis sueños. Esa vitalidad que me obligaba a permanecer alerta, atenta. A habitarme y estar en mi constantemente. Mirándola. Conectándome con ella.
Agradezco su bronquiolitis, esas noches en cuidados intensivos que me mostraron como era aferrarse a la vida. Como era sonreírle al dolor.
Todo esto que me hizo madre, tantas lagrimas que limpiaron y dejaron a la intemperie el amor mas grande.

No, no tuve depresión postparto. Tuve un despertar de consciencia.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La embarazada, la loca


Por Ana María Constaín



Me siento desbordada, poseída por un personaje, que surge desde mis entrañas, y que detesto. Con el que lucho. (y no deja de vencerme!)
Un personaje que se filtra por las ranuras, aprovechándose de mi vulnerabilidad, de mi incapacidad de tener el control

Soy la embarazada, la loca

Demandante, exigente, temerosa, la niña necesitada.
Intentando llenar vacíos infantiles con chocolate,
Soy esta mujer celosa, irracional, posesiva
Gobernada por fantasías catastróficas, pensamientos obsesivos,
Con las lágrimas brotando sin permiso constantemente
Tratando de poner en palabras lo indescriptible

Soy la embarazada, la loca

La constantemente cansada
abrumada por un océano de sensaciones desconocidas
habitada por una pequeña con su energía tan propia y tan extraña
que me pide casa, nido, calma
y que mientras se abre lentamente su camino a este mundo
se apropia de mi con tremendo descaro
desordenando cuerpo, mente, emociones y alma.

Soy la que lucha por no ser esto que estoy siendo
Presa del pánico del abandono
Evitando ser la incorrecta

Y aún así sigo siendo la embarazada, la loca

La que quiere, cosiendo,  abandonar sus pensamientos
Y así adentrarse en este mundo bizarro
en el que dos seres cohabitan un mismo espacio
dos almas comparten mundo
y se borran los limites de la existencia

Soy la embarazada, la loca

A la que el mundo se le transforma
A pesar de sus resistencias

sábado, 3 de noviembre de 2012

Esta enfermedad que llamamos éxito.


Por Ana María Constaín




Hace unos días, mientras recorría uno de los tantos lugares que he visitado en la búsqueda de colegio para Eloísa, una escena me conmovió profundamente.
Un niño, sentado en el piso, se tapaba los ojos con un antifaz, y después tomaba una figura que tenía al frente. Cuando adivinaba que figura era susurraba el nombre y se destapaba los ojos para comprobar si era la que creía. Al verificarlo sonreía y se volvía a tapar los ojos, para seguir con la siguiente figura.
Me conmovió porque este niño estaba haciendo esto solo. Sin una mirada externa. Sin correcciones o felicitaciones. Sin ninguna evidencia de que estaba teniendo éxito en su trabajo. Sin ningún reconocimiento.  Estaba haciendo el trabajo para sí mismo. No intentaba mirar por los espacios que dejaba el antifaz. Solo parecía interesado en la satisfacción propia de haberlo logrado.
Esto me pareció rarísimo.

Me parece que somos adictos al éxito. A un éxito que depende de referentes externos. Nos importa lo que logramos ante la mirada de otros. Ser exitosos cumpliendo unos estándares sociales. Ser reconocidos. Ser vistos por quién admiramos.

Y queremos que nuestros hijos lo sean. Que lleguen lejos, que sean alguien en la vida. Así que ponemos nuestro empeño en que tengan oportunidades, que vayan a los colegios y universidades correctas, que aprendan un montón de cosas. Que estén a la altura de las necesidades de este mundo globalizado. Intentamos con todas nuestras fuerzas que no se desvíen del camino, que ojalá elijan oficios que les facilite la vida, y si somos un poco más “liberales” que elijan lo que ellos quieran, pero eso sí, que sean lo mejor en eso que hacen.
Cueste lo que cueste. Pareciera que el éxito está por encima de la felicidad, porque claro, estamos convencidos que ser exitosos nos hace felices.

Y así, vamos definiendo nuestra vida persiguiendo un espejismo.

El éxito hoy, se mide por popularidad, por cantidades, Es una constante competencia. Hay que llegar a la cima, tener mucho y de todo, ser reconocido por los demás
Estamos obsesionados con ser los mejores. Ganar. Destacarnos. Tener más que los demás.
No importa a quién tengamos que llevarnos por delante, ni si hacemos trampa, o nos alejamos de nuestras más profundas convicciones. Vendemos nuestra alma engañados. Nos ponemos máscaras. Con la ilusión de sentirnos algún día plenos. Para al final darnos cuenta que nos sentimos más vacíos que nunca.

Arrastramos a nuestros hijos en esta locura.

Yo me pregunto quién puede ser feliz en un mundo concebido de esta manera.
Me reconozco tantas veces en esta carrera y me siento ahogada, ansiosa, muerta de miedo. Luchando tanto por reconocimiento, siendo alguien para unas miradas imaginarias, que me definen sin saberlo. Evitando el fracaso con tanto esfuerzo que termino evitándome a mí misma. Siendo espectadora de mi propia existencia con tal de no arriesgarme a la humillación de perder.

Menos mal no es siempre.

Por eso este niño de ojos vendados, me conmovió tanto. Porque que más quisiera que poder vivir de esta manera. Que más quisiera que poder permitirle a Eloísa que no se olvide de vivir plena y feliz. Conectada con quién es, y lo que quiere sin contagiarse de esta enfermedad que llamamos éxito. 

domingo, 14 de octubre de 2012

¿Que les queremos enseñar a nuestros hijos?


Por Ana María Constaín

- Eloísa, lávate los dientes
-No
-Eloísa, tienes comida en los dientes, si no te los lavas unos animalitos chiquitos se comerán esa comida y te dolerán tus dientes. -Se lava los dientes-
-Ahora peínate
-No – sale corriendo y al minuto vuelve -
-¿y qué pasa si no me peino?
- Nos reímos.  – Nada. No pasa nada, pero a las personas nos gusta peinarnos para vernos bonitas.
- Bueno, yo me peino.

Eloísa nos hace cuestionarnos cada día lo que estamos intentando transmitirle. Queremos acompañarla a crecer más que moldearla.  Nos preguntamos constantemente cuál es nuestra labor de padres. Poniendo atención en las palabras que usamos, el ejemplo que le damos, el entorno emocional que le brindamos.
Mucho de lo que le enseñamos viene de respuestas automáticas. De mandatos sociales de lo que un niño “debería aprender”. Tenemos miedo de que no se adapte a la sociedad, de que no sea feliz, de que no sea exitosa (lo que sea que eso significa). No queremos mirar para atrás y pensarnos malos padres. Tememos no ser capaces de darle lo que necesita.

¿Qué queremos enseñarle? ¿qué es lo realmente importante? ¿para qué estamos los padres?

Para nosotros es un ejercicio de consciencia permanente. De presencia. Porque estas respuestas no están escritas en ninguna parte. Cada uno tiene una respuesta muy única. Todos nosotros, influenciados por nuestras creencias, nuestras familias, nuestra cultura vamos creando nuestra propia manera. 

Y parar un momento a cuestionar todas estas verdades aprendidas, no es fácil. Es incómodo, e implica la responsabilidad de asumir las propias decisiones. Se necesita salirse por momentos de un sistema que arrastra, seduce, amenaza a aquel que se atreva a desafiarlo.

Así que desde que empieza al día nos asaltan miles de preguntas. Desde las más simples hasta las más trascendentales. ¿Cuánta es mucha televisión? ¿Cuántos dulces puede comer? ¿Le doy el postre antes de comer? ¿Y si no se come la verdura? ¿le permito elegir su ropa? ¿y si no se quiere bañar? ¿qué decirle cuando grita? ¿cuándo pega? ¿la obligamos a pedir perdón? ¿la dejamos dormir en nuestro cuarto? ¿cuál será el mejor colegio para ella? Si le gusta la música ¿la meto a clases? ¿cómo hacemos que nos haga caso?¿queremos que sea una niña obediente? ¿estamos, con nuestras palabras,  condicionando nuestro amor?

No nos queda más que ir detrás de cada una de estas preguntas con la mayor conciencia que podemos y revisar que hay detrás de eso que le pedimos, detrás de esa enseñanza que queremos transmitirle.  Buscar y buscar hasta encontrar de dónde viene. De quién es esa voz, dónde nació esa creencia, cuál es la consecuencia que estamos evitando o buscando. Si después de este ejercicio, nos damos cuenta que es algo genuino, nuestro, entonces ayudamos a Eloísa a entenderlo. Le mostramos para qué es importante, al menos para nosotros. Escuchamos lo que ella tiene por decir, que muchas veces replantea nuevamente nuestras creencias.

Y cuándo no nos es posible, cuándo en el ritmo del día nos dejamos llevar por nuestras emociones, cuándo nuestras historias no nos dejan ver un poco más allá, o cuándo el cansancio nos pone en modo automático y decimos y hacemos eso que tanto queremos evitar, entonces intentamos ser lo más honestos que podemos. Asumiendo lo propio, diciendo cuánto sentimos nuestra rabia, impaciencia, incoherencia, injusticia. Reconociendo en voz alta. Hablando en primera persona. Reparando. Permitiéndole vernos tan imperfectos y tan humanos.

Así que lejos de tener una verdad, un modelo de cómo educar a Eloísa y a esta bebé en camino, queremos ser capaces de mirarnos, preguntarnos, poner un alto a  respuestas automáticas y a repeticiones inconscientes y sobretodo mirarlas a ellas, en su manera única de ser, para poder acompañarlas, amarlas y respetarlas.

No queremos imponerles una manera de vivir, queremos darles un entorno en el que puedan desplegar todo lo que son y cumplir su misión propia, liberándolas de nuestras expectativas, temores, culpas, necesidad de reconocimiento.

Esto, al menos hoy. 

viernes, 7 de septiembre de 2012

La guerra entre lo que "Yo Soy" y la Madre

Por Ana María Constaín.


Por más que intento seguir con mi vida normal, no puedo. Y creo que es esta lucha por pretender que nada cambie, al menos no todavía, la que más me tiene agotada.
Me está costando aceptar que desde el momento en que este nuevo ser inició su vida dentro de mí, ya nada es igual.
Mi cuerpo está al servicio de alguien más. Así lo siento. No me pertenece. Constantemente me pide quietud, casa, un ritmo lento que mi agitada mente no comprende. Me dice que comer, cuando parar, dónde estar. Y muchas veces no quiero escucharlo. Porque empieza esta guerra, que bien conozco ya, entre lo que “yo soy” y “la madre”. Que a veces parece tan incompatible.
Todo este terreno ganado en el afuera, mis “logros profesionales”, mi “libertad” que recién estaba recuperando, se desvanecen nuevamente. Y vuelvo a contactarme con esto que increíblemente había olvidado. Esta sensación de ya no ser. De perderme como individuo. De no ser solo yo.
Entonces peleo, intento mantener mi ritmo, seguir con mis planes profesionales, sosteniendo todo lo que he construido, siendo la misma mamá para Eloísa, la misma esposa, la misma hija… la misma.
Y no puedo
Porque no soy la misma.
Porque soy nuevamente madre de otro bebé. Aunque aún no esté en mis brazos.
Y la maternidad implica renuncia. Sobretodo renuncia a la imagen con la que tanto me identifico. Renuncia a lo que creo firmemente que soy.
Implica soltar. Fluir. Estar en un continuo presente en donde los grandes planes no tienen lugar.
Yo no soy muy buena para eso.
Porque me da miedo. Me da pánico bajarme del tren y que se vaya sin mi. Perder mi lugar si no lucho por él. Dejar de existir. De ser vista.
El embarazo y el postparto son mundos de adentro. Femeninos. Y las mujeres ya no sabemos muy bien como estar en estos mundos. Al menos hablo por mi. Porque por mucho tiempo se ha confundido lo femenino con la sumisión. La abnegación. El sacrificio. Y años de historia nos han permitido “salir” al mundo masculino. Y no queremos perder ese terreno.
Todo es confuso.
Hombres y mujeres estamos buscando un nuevo lugar. Uno más equilibrado. Que integre masculino-femenino. En general vivir más integrados. Que nuestra mente-cuerpo-emociones-espíritu, sean uno solo. Vivir menos disociados.
Yo lo intento.
Con Eloísa aprendí mucho sobre rendirme, entregarme, soltar el control. Cayeron estructuras viejas, me trasformé, crecí. En muchos, en tantos sentidos!
Y ella empezó a crecer y yo a re-acomodarme. Volví un poco – no totalmente – a mi “antiguo yo”. Porque el Ego se resiste. Le gusta lo conocido.

Ahora viene otro gran terremoto existencial, para recordarme lo que empiezo a olvidar.

No es tan fácil. No es tan difícil.
Si en el silencio y la quietud me dispongo a escuchar, todo está dado.
Si confío
Y me entrego
Y renuncio a este viejo hábito de quererlo saber todo, entender todo, controlar todo
Permito entonces que naturalmente surja esta mujer-madre. Sabia. Amorosa. Muy humana. Que puede fluir con el cambio. Que encuentra nuevas maneras.
Me permito ser. Conectada con mi esencia. Sabiendo que nada está en juego. Que no hay prisa.

Pero ser mamá se ha vuelto contracultural. Porque nuestra cultura poco entiende de ritmos maternales.
Así que a veces siento rabia. No quiero perderme de nada. No quiero adentrarme a un mundo a veces tan solitario. Tan lento. Tan aburrido. Tan poco visto. Con tan pocas recompensas externas.
Por supuesto que me resisto.
Porque este es un mundo desconocido que me resulta amenazante.
Sombrío.
Esclavizante.
Incontrolable
Incomprensible
Invisible
Caótico

Me resisto. Y me agoto.

Incluso mis palabras no parecen ya ser muy coherentes.

Estoy en este punto de rendición.
Que es cuando me doy cuenta de que al adentrarme a este temido universo se abren nuevas puertas.  Veo nuevas cosas.  Me encuentro con una parte de mi que muchas veces me esfuerzo por esconder. Y con nuevas personas.

Así que aquí estoy adentrándome poco a poco nuevamente en este mundo. Sacando a veces la cabeza por miedo a ahogarme, pero permitiéndome cada día un poquito más entregarme a esta nueva aventura. Despegándome mis máscaras para encontrarme conmigo misma y poder ser así la persona que quiero y necesito ser para este nuevo ser que crecer dentro de mí. Permitiendo la metamorfosis que me regala este embarazo. Entregándome al milagro. 

lunes, 20 de agosto de 2012

La mujer real


Por Ana María Constaín





Semana a semana veo – y siento – mi cuerpo transformarse.
La imagen del espejo me es extraña, a veces es hermosa, a veces repugnante. En parte porque nada tiene que ver con esas fotos de mujeres embarazadas de revista. Esas fotos de mujeres sonrientes, de pieles lisas, panzas que apenas revelan que hay un ser completo debajo de la superficie. Tetas firmes y redondas. Cinturas presentes. Piernas inmunes al paso del embarazo.

Creería uno que estar embarazado le da permiso para liberarse del ideal estético. Para olvidarse de dietas, modas, vientres planos, cuerpos firmes.
Pues resulta que ahora también hay un cuerpo de embarazada ideal. Y una exigencia bastante explícita por “recuperar la figura” al mes de dar a luz.

En mi caso, no fue al mes, ni al año. Ni a los dos. Y sospecho que ahora que a mis tres meses de gestación mi barriga revela como 5, ese sueño de volver a tener mi cuerpo de antes pasó a la historia.

No puedo evitar sentir una gran nostalgia al ver esas fotos de hace 5 años. Antes de que la maternidad causará sus estragos. Y también me doy cuenta que incluso en ese entonces, sentía una gran inconformidad con mi cuerpo.

Es más, por más que pienso, no logro recordar una sola mujer, una sola persona, completamente feliz con su cuerpo. Siempre hay algo que mejorar, algo que cambiar.
Es una locura.
Es un ideal completamente desconectado de la realidad.

Yo no quiero sentirme así.
No quiero ver el espejo (cuando no tengo más remedio que enfrentarlo) y sentir un rechazo profundo por lo que ahí encuentro. No quiero “recuperar” mi figura. Entre otras cosas porque no hay nada que recuperar. Yo ya no soy la misma de hace 5 años. ¿Por qué mi cuerpo tendría que serlo?
¿cómo puedo pretender que una vida se cree dentro de mi sin dejar huella alguna?

Semana tras semana veo – y siento – mi cuerpo transformarse. Pero no solo es mi cuerpo. Soy yo. Mi cuerpo refleja mi mujer. Una mujer que crece, al ritmo del útero. Mis caderas se amplían al abrir espacio a la vida. En mi piel quedan huellas de mi nueva identidad. En la voluptuosidad de mis tetas puedo ver lo nutricio de la madre que soy. En la cicatriz de mi cesárea, siento mi rigidez desvaneciendo.

Mi cuerpo entero es nuevamente hogar de un nuevo ser. Mi grasa lo nutre y protege, mis hormonas le permiten existir.
¿No es demasiado absurdo desear que todo esto pase inadvertido?
¿Como no amar esta imagen de mi cuerpo transformándose al mismo tiempo que todo mi ser?

Mis hijos no necesitan una mamá-revista. Necesitan una mujer real. Disponible. Generosa. Dispuesta a renunciar a su propia imagen, para darle espacio a una nueva. Una imagen en la que ellos tengan un lugar. Una imagen que yo pueda amar tanto como los amo a ellos. Sin que carguen con el peso de haber “arruinado mi cuerpo”.

Yo necesito ser una mujer.
La mujer que elijo.
La mujer que quiero.
La mujer que siento.
No la que nadie me impone.

Una mujer real. 

lunes, 30 de julio de 2012

No me gustan los boicots

Por Ana María Constaín


Me gusta expresar lo que siento y pienso. Me gusta informarme, leer, investigar. Me encanta discutir y argumentar. Y siento un gran placer en tener la razón. Lo que sea que eso signifique porque todo esto no es más que un juego mental. Alimento del ego.

Me gusta agradar. Y odio el conflicto. Aunque reconozco que también me gusta pensar diferente. Ir contracorriente. Pero en este ir contracorriente siempre encuentro aliados, porque ir sola me asusta. Es tal vez un temor muy primitivo de no “tener manada”.

Por todo esto – y mucho más – he sido más bien una persona cautelosa, medida, diplomática, políticamente correcta.  Tiendo a evitar las peleas, los insultos, las guerras. Me dan pavor los enemigos y prefiero estar en terrenos neutrales. Al menos he preferido.

La maternidad, y tantas otras situaciones, me han puesto en paz con la guerrera. Me han permitido salir de terrenos invisibles y seguros para exponerme un poco más. Mostrarme, Atreverme. Dejar de temer a un enemigo qué es más interno que cualquier cosa. Arriesgarme a no gustar. A decir lo incorrecto. Hablar en voz alta.

Y no me gustan los boicots. Le he dado vueltas al asunto. Suelo darle muchas vueltas a todos los asuntos. Me he mirado y vuelto a mirar. Lo hago mucho. Tal vez demasiado. Y tantas veces concluí que probablemente esta sensación venía de toda esto que acabo de contar. Así que desistía en ponerlo en palabras.

Hoy tuve ganas de escribirlo. Sacarlo de mi. Porque tal vez esté tintado por mi historia, por mis temores, asuntos inconclusos… Pero, ¿acaso hay algo que no lo esté?

No me gustan los boicots. A nadie. A nada. Ni a Estivill, ni a Nestle, ni al bully del salón. Ni a las grandes industrias de teteros, de coches, de artefactos.

No me gustan porque percibo en los boicots una agresión que va en contra de lo que en esencia intentan lograr.

lunes, 23 de julio de 2012

Hoy no tengo ganas de cambiar el mundo

Por Ana María Constaín



Estoy en la 10 semana de embarazo. Estoy agotada. Y este cansancio extremo me permite darme cuenta de muchas cosas.
Entre ellas cuánta energía gasto en tratar de cambiar las cosas. En soñar con ideales. En discutir apasionadamente cómo debería ser el mundo. Y la sociedad. Y las personas. Y mi familia. Y yo misma.

Es noble. Nos enseñan a ser luchadores, soñadores, perseverantes, a esforzarnos por lograr las cosas.

Yo ya me cansé de esforzarme. Sobretodo porque me estoy dando cuenta que es una ilusión creer que mi esfuerzo es el que genera el cambio. Que yo tengo el control. Que hay algo así como formulas en donde si hago A el resultado es B.
La existencia es mucho más compleja que eso. Desde nuestro egocentrismo estamos convencidos que tenemos mucho control. Que podemos llegar a entender las cosas, que nuestra mente puede abarcar el conocimiento, que podemos predecir, interpretar, comprender la realidad.

Es exhaustivo.
Y como no tengo energía de sobra, me doy cuenta que la tengo que usar en que el bebé que crece dentro de mi tenga como hacerlo. Así que definitivamente renuncio a cambiar el mundo. A cambiar cualquier cosa.

Puede parecer un discurso derrotista.  No lo es.

Cada vez que permito que esta sensación recorra mi ser tengo una paz inexplicable. Por supuesto como mi hábito es tener un ojo critico para esforzarme en mejorarlo todo esta sensación es instantánea.

Es aceptación. No mediocridad, ni resignación, ni indiferencia. Aceptación.
Y confianza.

jueves, 5 de julio de 2012

Mamá, ¿Estás brava o impaciente? – Educación emocional en la crianza

Por Ana María Constaín


Parte de mi trabajo consiste en ayudar a las personas a poder contactar, reconocer y validar sus propias emociones. A los adultos y a los niños, quienes a su corta edad muchos ya no se permiten muchas cosas. Porque les empezamos a pasar desde que nacen muchas de nuestras “enseñanzas”: -Ay, que feo te ves cuando estas bravo, -si sigues gritando la policía te va a llevar, -¡Esa no es razón para llorar!, Pero si no hay por qué tener miedo, -¡No pasó nada! (el niño con un morado en la frente). La lista es muy larga.
Así que desde que nació Eloísa hemos puesto mucha consciencia en su educación emocional. Porque bien sabemos que no se trata solo de tener el conocimiento. Para poder acompañarla en sus emociones necesitamos estar muy atentos, a nuestras emociones y a lo que las de ella despiertan en nosotros. Ser cuidadosos en nuestros mensajes que salen de la boca automáticamente, vivir en coherencia con lo que pretendemos enseñarle.

Una mañana después de varios -Mamá quiero banano, mamá quiero banano, le grité a Eloísa ¡Ya te dije que ya voy!. Entonces ella me contesta, -Mamá, ¿estas brava o impaciente? Después de un ataque de risa, le dije – Impaciente mi amor. - ¿porqué? – Por qué me has pedido lo mismo muchas veces. – Y ¿ya estas feliz?. Sí, ya estoy feliz.

Esto fue un gran momento, porque me di cuenta que estos dos años de este ejercicio de conciencia si están dando sus frutos.
Me siento muy contenta porque sé que es un gran regalo que le estamos dando. Que nos estamos dando como familia.
En realidad los niños están muy conectados con sus emociones. De una manera muy natural hablan de ellas y as reconocen en ellos y en los demás. Es verdad que según las teorías del desarrollo los niños son egocéntricos. Pero también es verdad que tienen una gran capacidad de empatía.
Así que aunque hablamos de educación emocional yo más bien hablaría de acompañamiento. De respeto. De proporcionarles un ambiente propicio en donde puedan desarrollar todo su ser emocional y no tengan que enterrarlo hasta el punto de olvidarlo completamente. Como nos pasa tanto a los adultos.

Entonces el verdadero reto no está en lo que les enseñamos sino en cómo vivimos las emociones. Como las integramos a nuestra vida como cualquier otro aspecto de la crianza. Empezar por reconocerlas y validarlas. Darles espacio a todas, incluso a las no tan deseables. Muchas veces surge el conflicto entre la emoción y la conducta. Y esto es muy importante de diferenciar. Darle un espacio al enojo no significa permitirnos golpear a otros o romper las cosas de la casa. De hecho es probable que si damos un espacio a la emoción pronto sepamos que no necesitamos llegar a la agresión por ejemplo.

sábado, 16 de junio de 2012

Feliz Día Papás



GRACIAS
POR REDEFINIR LA MASCULINIDAD
Y APRENDER DÍA A DÍA,
CON SUS HIJOS EN BRAZOS,
QUE LA FUERZA NO RESIDE EN LA AUTORIDAD
POR DEMOSTRARNOS SU HOMBRÍA
CON CARICIAS Y BESOS
GRACIAS
POR ATREVERSE A EXPLORAR NUEVAS MANERAS,
TENER LA VALENTÍA DE ENCONTRAR NUEVOS LUGARES
ESTAR MÁS PRESENTES
SER MÁS CERCANOS
GRACIAS
POR TANTO, TANTÍSIMO AMOR

martes, 5 de junio de 2012

¿Me das un beso? - Sexualidad en la Crianza


Por Ana María Constaín



A los niños les pedimos besos y abrazos constantemente. Y si nos lo niegan les decimos muchas cosas: “Qué antipático”, “¿Es que no me quieres?”, “Ay, ¡qué triste estoy!”
Esto es algo de lo que me he dado cuenta últimamente. Porque Eloísa muchas veces dice que no. Empuja, se enfurece, se pone grosera.
Normalmente le insisto que dé aquel beso o abrazo pedido. Porque no quiero que los demás se sientan mal. Ni que sea una niña grosera. Noto que las personas más cercanas a ella se hieren por sus “desplantes”. Temen muchísimo perder su amor.
Si soy yo la que después de una larga jornada llego a la casa y no me determina, me es difícil no obligarla a saludarme. Después de todo ¿no me debería extrañar? ¿Acaso a los padres no debemos saludarlos con el respeto que merecen?

Hay mucho alrededor de este tema. Pero más allá de las convenciones sociales o de si los niños están bien educados, hay algo que me hace aún más ruido.
Hay un mensaje velado: No importa lo que tu quieras, o sientas. Debes satisfacer a los demás. Tu eres responsable de que estén felices. Debes demostrarles tu afecto de la manera en que ellos quieran.
Y esto no es precisamente lo que queremos que haga un adolescente con su sexualidad. Queremos que de repente empiece a decir que no. Claro porque ya no se trata de una convención social sino de un acto moralmente incorrecto. Aunque si seguimos pretendiendo que ignore lo que siente y quiere.
Es todo muy confuso. Y no nos damos cuenta de la cantidad de incoherencias con las que vivimos y que le transmitimos a nuestros hijos.

lunes, 21 de mayo de 2012

Ser mamá de noche


Por Ana María Constaín 

Después de una buena racha de buenas noches, Eloísa se despierta en la madrugada: “Mamá, aquí conmigo”… (en el colchón en el que duerme, al lado de nuestra cama!) Sonámbula me levanto, me acuesto a su lado, y la abrazo. “consiénteme mamá”. Le acaricio la cabeza. Ella se voltea y me dice: “Estoy feliz”.  Nos quedamos dormidas otra vez y me quedo ahí las horas que nos quedan de sueño antes de que se despierte pidiendo su banano de rutina.

Esta es mi manera de ser mamá de noche. Después de dos años de batalla, encontramos como familia una forma en la que las necesidades de todos fueran atendidas. (Al menos parcialmente!!).

Y es que ser mamá de noche, ha sido tal vez, lo más difícil para mí. Entre otras cosas porque ha sido una de las cosas con las que más me he peleado. Con la que más me ha costado estar en el presente sin proyectarme a futuros catastróficos.

En nuestro intento por que Eloísa pase la noche, o más bien, por nosotros poder pasar la noche!, hemos leído y probado cuánta cosa hay por ahí.
Podría escribir un libro sobre todas las teorías que me he inventado sobre por qué se despierta tanto. Desde su nacer por cesárea, hasta unas bastante más esotéricas, acerca de seres de otras dimensiones. Mis hipótesis han sido variadas. He pasado por revisar mis estados emocionales, quitarle la leche entera o regular el calor y el frío, por nombrar solo algunas.

Ella ha dormido a nuestro lado, con nosotros, encima de nosotros, en su cuna, en su cama. En nuestro cuarto, en su cuarto.
Hemos seguido rutinas estrictas, intentado seguir sus patrones de sueño.
Por la casa han pasado cuántas hierbas, gotas y baños asociados al dormir.
Y músicas, sonidos, luces y silencios.
Eloísa se ha dormido hacia el sur y hacia el norte.
Libre de ondas electromagnéticas.
Con chupo, con tetero, con muñeco, con cobija, con agua… y sin ellos.
La hemos arrullado, balanceado, cantado, paseado, la hemos dejado acostada hasta que logre conciliar el sueño ella sola… (es decir NUNCA)
Desde Duérmete Niño, hasta Dormir sin Lágrimas, han pasado por mis manos unos cuantos libros. Todos por supuesto contradictoriamente opuestos.

martes, 15 de mayo de 2012

TIME: La polémica


Por Ana María Constaín

Ante una portada tan comentada y polémica me es difícil no decir nada. Me resistí un poco porque no he leído el artículo completo y porque me pasan tantas cosas con estas imágenes que tener la claridad para escribir es un reto.
Con los extractos que he leído y las fotos que han sido publicadas en internet no termino de saber cuál es el propósito del artículo. Me parece que lo que si logró fue mostrar que hay mamás en el mundo actual, mujeres citadinas, de la cultura occidental, que están optando por amamantar a sus hijos de más de 2 años.  No sé si se refiere solo a Estadounidenses.

Esto es una realidad. Y la polémica de esta portada, es la polémica del día a día. Como en todos los temas de crianza, todo el mundo tiene opiniones, juicios, deberías. Vemos esta foto e inmediatamente aparecen etiquetas en nuestra mente: maravilloso, repugnante, bonito, extremista, egoísta, enfermo, hermoso, adecuado, necesario…. Podría sentarme horas a escribir palabras que he leído y oído acerca de este artículo.
Creemos que nuestras etiquetas son las correctas, las defendemos a capa y espada, sobre ellas construimos posturas, modelos, corrientes, teorías.
Polarizamos. Los que están a favor, los que están en contra. Y de cada lado nos llenamos de argumentos, y razones para invalidar a los que esta en el otro “bando”.

A mi lo que más me gustó de esta portada es que abrió la posibilidad de sacar este tema al aire. Cuando hay discusión nos movilizamos, nos salimos de nuestro lugar cómodo. En este ejercicio de etiquetar y argumentar a nuestro favor descubrimos nuevas cosas (si estamos un poco abiertos a ello).

Yo me descubrí en este ir y venir de opiniones y juicios. Fui pendulando de un lado a otro. Me observé. Y me di cuenta de muchas cosas.
La lactancia es un tema sexual, cultural, emocional, nutricional y tantas otras. Tiene que ver con nuestra historia, nuestra relación con nuestro cuerpo, la forma de contacto que nos ha rodeado. También está relacionada con el vínculo con nuestros hijos. Y por supuesto, porque no puede ser de otra manera, es un tema de ego. Se trata también del rol que nosotros queremos jugar. Del modelo de mujer que nos atrae. Está ligado a la identidad. De quién queremos ser y quién no queremos ser. De lo que es importante para nosotros como madres. Esto es así si estamos o no a favor de la lactancia. Si optamos por 1 día, tres meses, 2 años o 7… O nada.

martes, 8 de mayo de 2012

¿Y qué es el Grupo de Crianza?

Por Ana Maria Constain


Martes 10 am. El salón de Niños y Crianza se abre y poco a poco vamos llegando. Mujeres embarazadas, Mamás con sus bebés, Mamás de niños mayores que vienen solas. Si es un día sin colegio tal vez venga un niño más grande o un papá atrevido que quiere entrar por un rato en este mundo femenino.

A veces somos pocas, a veces más… somos las que somos. Las que tenemos que estar.

Hay días de conversaciones profundas sobre la vida y sus misterios. Otros en cambio más bien hablamos sobre marcas de pañales o recetas de compotas.

Tal vez alguna empiece a contar su semana y poco a poco se van asomando las complejidades de la maternidad. Lo de una mueve a la otra, conmueve o abre una antigua herida. Y entonces todas somos ojos y oídos y corazones para todas. Para ayudarnos a ver lo que no podemos, para escuchar lo que aún no habíamos descubierto o para ir a lugares temidos.

A veces hay muchas lágrimas, otras carcajadas, rabias, abrazos, escucha… la mayoría todo se entremezcla.

Nos sentimos acompañadas, contenidas. Tejemos… prendas y también amistades. Hermandad.

De vez en vez nos sabemos sabias, confiadas, conectadas con nuestra alma y amor. En cambio otras veces estamos perdidas, furiosas, confusas, abandonadas, incapaces…
Estamos de tantas maneras! Y nos sabemos aceptadas, escuchadas, vistas y acompañadas. Más allá de opiniones encontradas, de maneras diferentes.

Encontramos brazos que sostengan a nuestros bebés por ratos, espacio para poder estar con ellos con sus lloridos y pañales sucios. Para poder dar teta si queremos y si no también. Allí no importa si la ropa combina, si nos alcanzamos a bañar, si no sabemos por qué llora.

También compartimos consejos, que la mayoría no nos sirven para nada, pero nos alegra saber que todas podemos estar tan perdidas. O ser tan ignorantes. Sin importar cuánto sepamos o nos preparemos. Y una que otra vez ese tip nos salva la tarde. Nos hace la vida más fácil.

Muchas veces nos quejamos y quejamos y quejamos… de todo y de todos, para poder vaciarnos y al final poder agradecer. O no.  Allí (casi)nunca nos sentimos culpables por decir, sentir, pensar tantas barbaridades, tantas cosas inaceptables.

domingo, 29 de abril de 2012

Dia del Niño





Un gran regalo que hoy puedo darte es mi camino hacia la consciencia.

Liberarte de todo aquello que es mío y no te corresponde.

Darme cuenta cuando en mi amor hacia ti se interponen mi sombra y mi historia y así poder 

volver a conectarme contigo.

Permitirte seguir tu camino sin pretender que suplas mis carencias y necesidades.

Acompañarte sin poseerte.

Ser adulto(a) y Padre o Madre para que tu puedas ser NIÑO(A).

¡FELIZ DIA DEL NIÑO!

martes, 10 de abril de 2012

Nombrar lo innombrable


Por Ana María Constaín



Hay algo increíblemente liberador en leer o en oír de boca de otros cosas innombrables. Deseos ocultos, sentimientos prohibidos, secretos guardados.
Cuando esas voces y experiencias internas cobran voz en el afuera nos sentimos acompañados. Nos conectamos desde la humanidad que compartimos.

La maternidad está llena de innombrables.

Hay muchas cosas que las mamás no “deberíamos” hacer, sentir, decir. No importa cuál haya sido el ideal que nos construimos, pareciera que siempre vamos tras uno. Y cualquier cosa que se salga de ese ideal pasa al territorio de lo prohibido. Entonces lo escondemos, consciente o inconscientemente de los demás y lo más grave, de nosotros mismos. 

No es fácil confesar y confesarnos los tantos momentos en los que no queremos ser madres.  Que nos sentimos agotadas, incapaces.  Otros tantos en que estamos perdidas sin la menor idea de qué hacer. Ahí frente a nuestros hijos que están siempre, que no desaparecen mágicamente, que necesitan tantas, tantas cosas que no podemos darles. Tanto amor que muchas veces no encontramos dentro de nosotras mismas.

Cuántas veces nos encontramos haciendo lo que no “deberíamos”. Contradiciendo a nuestro entorno, siendo inadecuadas para los que nos rodean. Siendo vegetarianos en una familia carnívora, o poniendo en su propia cama a un hijo del colecho… no importa de donde vengamos, cuales sean nuestras convicciones. Cuántas veces nos encontramos en contravía.

Y callamos. Callamos muchas cosas. Callamos todo lo que puede herir, romper, volvernos vulnerables. Dejamos de decir tantas cosas que nos pasan para que nadie se de cuenta. Que nuestros hijos no sepan nuestros profundos secretos, que nuestras madres se sientan orgullosas, que nuestras parejas no nos abandonen al descubrirnos, que nuestras amigas no se decepcionen…. Callamos hasta que olvidamos. A veces ni nos damos cuenta. Pasamos todo a la sombra sin ninguna posibilidad de asomo.

Pero lo innombrable no desaparece.

Se manifiesta de tantas maneras! Enfermedades propias y de los hijos,  depresiones profundas, adicciones, conductas disfuncionales, accidentes, “mala suerte”. 

Lo innombrable busca su camino hacia la luz.

Y así sea nombrado por otros, empieza a encontrar ese camino.

Nombremos lo innombrable. Démosle un lugar. Liberémoslo de nuestras entrañas para que ya no ocupe tanto espacio. Para que ya no haga tanto ruido. Para que no obstaculice nuestra esencia. Para que pueda fluir el amor.