miércoles, 22 de febrero de 2012

Los enemigos de la “Buena Crianza”

Por Ana María Constaín


Apoyo completamente la lactancia materna. Y valoro muchísimo la labor de tantas personas que están haciendo esfuerzos por fomentarla.
Aún así no pude amamantar a Eloísa. Y sí que lo intenté.
Con ella en brazos tuve algo claro: La lactancia no es fácil.  Al menos no para todas las mujeres. Por qué, para mí  es un misterio. Creía antes que era un proceso natural y simple. Pero en el día a día veo que no es así. Tengo algunas sospechas que apuntan a nuestra cultura, ritmo de vida, desconexión con el cuerpo, intolerancia al dolor entre otras. Sin embargo no me extenderé en eso porque este no es un artículo sobre lactancia.

Sí, apoyo completamente la lactancia materna. ¿Pero que pasa cuando no se puede?
En lo personal aún me duele mucho cuando oigo a alguien decir: “Si no le dio teta es porque en el fondo no quería.”
Para mí fue realmente difícil aceptar que Eloísa sería una niña de tetero. Me había informado tanto en la importancia de la lactancia que todos esos argumentos se me vinieron en contra a la hora de abrir un tarro de leche. ¿Podré tener un buen vínculo con ella? ¿Será una niña enferma? .. la lista es bastante larga. A eso le agrego mi frustración y profundo dolor por “no ser capaz”. Porque se supone que el que quiere puede. Inmersa en la búsqueda de razones, mirándome a mi, mirándola a ella, leyendo y oyendo consejos, intentando todo lo que me fue posible, finalmente me entregué a la realidad que estaba frente a mi: No iba a amamantar.
¿Fue rendirme? No lo sé. En ese momento empezó a ser más importante para mí la relación con la bebé que añoraba contacto, que la relación con el sacaleches y la idea de la lactancia fluida y perfecta. Esa batalla me consumía y no me quedaba energía para disfrutar de la maternidad.

sábado, 11 de febrero de 2012

En defensa de la rabia


Por Ana María Constaín

Eloísa dice no. Un no claro, firme y rotundo. A veces se parece al no que tantas veces le repetimos en el día. Otras veces es un no aún más profundo. Puede también acompañarse de un golpe o un empujón. O un poderoso grito. Especialmente si se le insiste en lo que ya se ha negado..
- ¡Eloísa, no se pega!
- ¡Eloísa, no grites! (muchas veces en una voz, que yo diría… es un grito)
Conforme estas palabras salen de mi boca me doy cuenta de que me siento en conflicto. Porque debo confesar que la mayoría de las veces que ella llora me es fácil acompañarla. No lo es cuando grita o se muestra agresiva.
Entre otras cosas porque no quiero que sea una niña agresiva. Quiero cultivar en ella cuidado, compasión y empatía.
Pero sobretodo porque yo no estoy en paz con mi propia agresión. En parte por la herencia cultural. Por los muchos años de violencia y crueldad que nos han llevado a llevar la bandera de la paz como consigna. Y también por mi propia historia. Una historia que he aprendido a ver de frente: Otro de los grandes regalos  de Eloísa.

Entonces me di cuenta de que me confundía entre rabia – agresión – violencia. Todo está en el mismo paquete.
Esto me ha dado algunas pistas. Me parece que he reprimido la rabia en pro de la paz. He cedido y dejado al lado mis necesidades por evitar el conflicto.
Aunque reconozco esto como algo personal también veo en mi día a día que como sociedad desalentamos la agresión con todo este paquete completo. Muchas veces me encuentro con padres que preocupados por esto prohíben cualquier juguete bélico. O limitan juegos de guerra o batalla.
 Y aún así los juegos favoritos de mi consulta siguen siendo espadas, pistolas, dardos y bates. Luchas, batallas, monstros y asesinos.
La muerte se asoma con demasiada frecuencia en las horas de juego (y de la realidad). Juego en el que me veo, un poco a regañadientes, demasiado implicada. Y siento y veo en los ojos de mis pequeños contrincantes una fuerza inigualable, liberación, descarga, alivio, diversión, poder. Yo misma me convierto en una guerrera, capaz de cualquier cosa.

Es un tema delicado.