lunes, 30 de julio de 2012

No me gustan los boicots

Por Ana María Constaín


Me gusta expresar lo que siento y pienso. Me gusta informarme, leer, investigar. Me encanta discutir y argumentar. Y siento un gran placer en tener la razón. Lo que sea que eso signifique porque todo esto no es más que un juego mental. Alimento del ego.

Me gusta agradar. Y odio el conflicto. Aunque reconozco que también me gusta pensar diferente. Ir contracorriente. Pero en este ir contracorriente siempre encuentro aliados, porque ir sola me asusta. Es tal vez un temor muy primitivo de no “tener manada”.

Por todo esto – y mucho más – he sido más bien una persona cautelosa, medida, diplomática, políticamente correcta.  Tiendo a evitar las peleas, los insultos, las guerras. Me dan pavor los enemigos y prefiero estar en terrenos neutrales. Al menos he preferido.

La maternidad, y tantas otras situaciones, me han puesto en paz con la guerrera. Me han permitido salir de terrenos invisibles y seguros para exponerme un poco más. Mostrarme, Atreverme. Dejar de temer a un enemigo qué es más interno que cualquier cosa. Arriesgarme a no gustar. A decir lo incorrecto. Hablar en voz alta.

Y no me gustan los boicots. Le he dado vueltas al asunto. Suelo darle muchas vueltas a todos los asuntos. Me he mirado y vuelto a mirar. Lo hago mucho. Tal vez demasiado. Y tantas veces concluí que probablemente esta sensación venía de toda esto que acabo de contar. Así que desistía en ponerlo en palabras.

Hoy tuve ganas de escribirlo. Sacarlo de mi. Porque tal vez esté tintado por mi historia, por mis temores, asuntos inconclusos… Pero, ¿acaso hay algo que no lo esté?

No me gustan los boicots. A nadie. A nada. Ni a Estivill, ni a Nestle, ni al bully del salón. Ni a las grandes industrias de teteros, de coches, de artefactos.

No me gustan porque percibo en los boicots una agresión que va en contra de lo que en esencia intentan lograr.

lunes, 23 de julio de 2012

Hoy no tengo ganas de cambiar el mundo

Por Ana María Constaín



Estoy en la 10 semana de embarazo. Estoy agotada. Y este cansancio extremo me permite darme cuenta de muchas cosas.
Entre ellas cuánta energía gasto en tratar de cambiar las cosas. En soñar con ideales. En discutir apasionadamente cómo debería ser el mundo. Y la sociedad. Y las personas. Y mi familia. Y yo misma.

Es noble. Nos enseñan a ser luchadores, soñadores, perseverantes, a esforzarnos por lograr las cosas.

Yo ya me cansé de esforzarme. Sobretodo porque me estoy dando cuenta que es una ilusión creer que mi esfuerzo es el que genera el cambio. Que yo tengo el control. Que hay algo así como formulas en donde si hago A el resultado es B.
La existencia es mucho más compleja que eso. Desde nuestro egocentrismo estamos convencidos que tenemos mucho control. Que podemos llegar a entender las cosas, que nuestra mente puede abarcar el conocimiento, que podemos predecir, interpretar, comprender la realidad.

Es exhaustivo.
Y como no tengo energía de sobra, me doy cuenta que la tengo que usar en que el bebé que crece dentro de mi tenga como hacerlo. Así que definitivamente renuncio a cambiar el mundo. A cambiar cualquier cosa.

Puede parecer un discurso derrotista.  No lo es.

Cada vez que permito que esta sensación recorra mi ser tengo una paz inexplicable. Por supuesto como mi hábito es tener un ojo critico para esforzarme en mejorarlo todo esta sensación es instantánea.

Es aceptación. No mediocridad, ni resignación, ni indiferencia. Aceptación.
Y confianza.

jueves, 5 de julio de 2012

Mamá, ¿Estás brava o impaciente? – Educación emocional en la crianza

Por Ana María Constaín


Parte de mi trabajo consiste en ayudar a las personas a poder contactar, reconocer y validar sus propias emociones. A los adultos y a los niños, quienes a su corta edad muchos ya no se permiten muchas cosas. Porque les empezamos a pasar desde que nacen muchas de nuestras “enseñanzas”: -Ay, que feo te ves cuando estas bravo, -si sigues gritando la policía te va a llevar, -¡Esa no es razón para llorar!, Pero si no hay por qué tener miedo, -¡No pasó nada! (el niño con un morado en la frente). La lista es muy larga.
Así que desde que nació Eloísa hemos puesto mucha consciencia en su educación emocional. Porque bien sabemos que no se trata solo de tener el conocimiento. Para poder acompañarla en sus emociones necesitamos estar muy atentos, a nuestras emociones y a lo que las de ella despiertan en nosotros. Ser cuidadosos en nuestros mensajes que salen de la boca automáticamente, vivir en coherencia con lo que pretendemos enseñarle.

Una mañana después de varios -Mamá quiero banano, mamá quiero banano, le grité a Eloísa ¡Ya te dije que ya voy!. Entonces ella me contesta, -Mamá, ¿estas brava o impaciente? Después de un ataque de risa, le dije – Impaciente mi amor. - ¿porqué? – Por qué me has pedido lo mismo muchas veces. – Y ¿ya estas feliz?. Sí, ya estoy feliz.

Esto fue un gran momento, porque me di cuenta que estos dos años de este ejercicio de conciencia si están dando sus frutos.
Me siento muy contenta porque sé que es un gran regalo que le estamos dando. Que nos estamos dando como familia.
En realidad los niños están muy conectados con sus emociones. De una manera muy natural hablan de ellas y as reconocen en ellos y en los demás. Es verdad que según las teorías del desarrollo los niños son egocéntricos. Pero también es verdad que tienen una gran capacidad de empatía.
Así que aunque hablamos de educación emocional yo más bien hablaría de acompañamiento. De respeto. De proporcionarles un ambiente propicio en donde puedan desarrollar todo su ser emocional y no tengan que enterrarlo hasta el punto de olvidarlo completamente. Como nos pasa tanto a los adultos.

Entonces el verdadero reto no está en lo que les enseñamos sino en cómo vivimos las emociones. Como las integramos a nuestra vida como cualquier otro aspecto de la crianza. Empezar por reconocerlas y validarlas. Darles espacio a todas, incluso a las no tan deseables. Muchas veces surge el conflicto entre la emoción y la conducta. Y esto es muy importante de diferenciar. Darle un espacio al enojo no significa permitirnos golpear a otros o romper las cosas de la casa. De hecho es probable que si damos un espacio a la emoción pronto sepamos que no necesitamos llegar a la agresión por ejemplo.