domingo, 14 de octubre de 2012

¿Que les queremos enseñar a nuestros hijos?


Por Ana María Constaín

- Eloísa, lávate los dientes
-No
-Eloísa, tienes comida en los dientes, si no te los lavas unos animalitos chiquitos se comerán esa comida y te dolerán tus dientes. -Se lava los dientes-
-Ahora peínate
-No – sale corriendo y al minuto vuelve -
-¿y qué pasa si no me peino?
- Nos reímos.  – Nada. No pasa nada, pero a las personas nos gusta peinarnos para vernos bonitas.
- Bueno, yo me peino.

Eloísa nos hace cuestionarnos cada día lo que estamos intentando transmitirle. Queremos acompañarla a crecer más que moldearla.  Nos preguntamos constantemente cuál es nuestra labor de padres. Poniendo atención en las palabras que usamos, el ejemplo que le damos, el entorno emocional que le brindamos.
Mucho de lo que le enseñamos viene de respuestas automáticas. De mandatos sociales de lo que un niño “debería aprender”. Tenemos miedo de que no se adapte a la sociedad, de que no sea feliz, de que no sea exitosa (lo que sea que eso significa). No queremos mirar para atrás y pensarnos malos padres. Tememos no ser capaces de darle lo que necesita.

¿Qué queremos enseñarle? ¿qué es lo realmente importante? ¿para qué estamos los padres?

Para nosotros es un ejercicio de consciencia permanente. De presencia. Porque estas respuestas no están escritas en ninguna parte. Cada uno tiene una respuesta muy única. Todos nosotros, influenciados por nuestras creencias, nuestras familias, nuestra cultura vamos creando nuestra propia manera. 

Y parar un momento a cuestionar todas estas verdades aprendidas, no es fácil. Es incómodo, e implica la responsabilidad de asumir las propias decisiones. Se necesita salirse por momentos de un sistema que arrastra, seduce, amenaza a aquel que se atreva a desafiarlo.

Así que desde que empieza al día nos asaltan miles de preguntas. Desde las más simples hasta las más trascendentales. ¿Cuánta es mucha televisión? ¿Cuántos dulces puede comer? ¿Le doy el postre antes de comer? ¿Y si no se come la verdura? ¿le permito elegir su ropa? ¿y si no se quiere bañar? ¿qué decirle cuando grita? ¿cuándo pega? ¿la obligamos a pedir perdón? ¿la dejamos dormir en nuestro cuarto? ¿cuál será el mejor colegio para ella? Si le gusta la música ¿la meto a clases? ¿cómo hacemos que nos haga caso?¿queremos que sea una niña obediente? ¿estamos, con nuestras palabras,  condicionando nuestro amor?

No nos queda más que ir detrás de cada una de estas preguntas con la mayor conciencia que podemos y revisar que hay detrás de eso que le pedimos, detrás de esa enseñanza que queremos transmitirle.  Buscar y buscar hasta encontrar de dónde viene. De quién es esa voz, dónde nació esa creencia, cuál es la consecuencia que estamos evitando o buscando. Si después de este ejercicio, nos damos cuenta que es algo genuino, nuestro, entonces ayudamos a Eloísa a entenderlo. Le mostramos para qué es importante, al menos para nosotros. Escuchamos lo que ella tiene por decir, que muchas veces replantea nuevamente nuestras creencias.

Y cuándo no nos es posible, cuándo en el ritmo del día nos dejamos llevar por nuestras emociones, cuándo nuestras historias no nos dejan ver un poco más allá, o cuándo el cansancio nos pone en modo automático y decimos y hacemos eso que tanto queremos evitar, entonces intentamos ser lo más honestos que podemos. Asumiendo lo propio, diciendo cuánto sentimos nuestra rabia, impaciencia, incoherencia, injusticia. Reconociendo en voz alta. Hablando en primera persona. Reparando. Permitiéndole vernos tan imperfectos y tan humanos.

Así que lejos de tener una verdad, un modelo de cómo educar a Eloísa y a esta bebé en camino, queremos ser capaces de mirarnos, preguntarnos, poner un alto a  respuestas automáticas y a repeticiones inconscientes y sobretodo mirarlas a ellas, en su manera única de ser, para poder acompañarlas, amarlas y respetarlas.

No queremos imponerles una manera de vivir, queremos darles un entorno en el que puedan desplegar todo lo que son y cumplir su misión propia, liberándolas de nuestras expectativas, temores, culpas, necesidad de reconocimiento.

Esto, al menos hoy.