lunes, 16 de diciembre de 2013

¿Trabajar o no trabajar? - La conciliación laboral desde la conciencia.

Por Ana María Constaín




La conciliación laboral es uno de los temas complejos de la maternidad.  Pareciera a veces imposible.

Trabajo y bebé son dos mundos tan opuestos que es difícil encontrar un terreno de encuentro.
Es un asunto en donde nos es muy difícil salir de los ideales, y nos perdemos entre las críticas y las creencias impuestas de lo que un niño necesita para crecer amado.

No es fácil. Un tema como tantos en la maternidad en los que las mujeres terminamos ahogándonos en la culpa sin importar que decisión tomemos.

Cuando nació Eloísa yo elegí naturalmente (o eso creía) quedarme en casa por al menos un año. Me parecía posible. Me parecía necesario. Importante.

Los días iban pasando y me di cuenta de lo difícil que era. A veces insoportable. Se abrieron puertas inimaginadas. Quería volver al trabajo lo antes posible para recuperar un poco de mi yo anterior. Para volver al mundo de afuera. Porque los días se tornaban aburridos. Porque me sentía encerrada en casa. Porque extrañaba el hacer. Ese mundo que pertenece a lo masculino.

Permanecí en casa.
Ahora en retrospectiva me doy cuenta de que en gran parte fue por mandato. Porque tenía un discurso muy elaborado de porque las mamás tenían que estar con sus bebés todo el tiempo. Todos los días.
Y también porque estaba entrando en territorios desconocidos a los que no quería darles la espalda. Estar en mundos interiores, en esa presencia silenciosa, en ese vínculo materno que a veces me producía tanta desesperación.
Reinventarme, trascenderme. Darle a Eloísa todo ese cuerpo, toda esa presencia que el bebé recién nacido anhela. Ser testigo de su descubrir el mundo.
Estar sin escapar.
Adentrarme a mundos que me aterraban.
En ese sentido la maternidad se volvió para mi una meditación constante. Una entrega al vacío. Un presente continuo en el que nunca antes me había permitido estar. Y en el que crecí y me trasformé de muchas maneras. (El desconocido mundo del postparto)

Poco a poco al irnos separando fui gestando proyectos laborales. Y lo disfruté enormemente.

Quedé embarazada otra vez. Esta vez tuve la intención de seguir trabajando. De encontrar ese equilibrio. Me fui dando cuenta de que no me era posible. Habitándome, sintiéndome fui volviendo a casa. Al nido. Los proyectos laborales que tanto me ilusionaban fueron insostenibles. Porque además Matilde, igual que Eloísa me trajo un montón de aprendizajes. (La guerra entre "lo que soy" y "la madre")

La maternidad está llena de ciclos. Y con el bebé nacen nuevos aspectos de uno mismo y mueren otros tantos.

Así que está vez sin tantos mandatos y un poco más de conciencia de las necesidades de todos y de mis posiblidades, una vez más terminé dejando a un lado mi trabajo (al menos el de afuera) por un año.
Y digo el de afuera, porque seguí con mis escritos, con mis redes sociales, con mi trabajo en casa sosteniendo el CGS desde un lugar diferente.
Así que no lo dejé del todo. Más bien lo reinventé. Lo adapté a la familia. A mi energía. A mis hijas. A mi.  

Este año también me costó muchas veces estar. Pude reconocer también quién soy y aceptarme. Reconocer que no soy la perfecta encarnación de la energía femenina.
Que la casa me queda pequeña. Que me gustan los territorios intelectuales. Que disfruto montones estando con adultos. Hacer. Salir.
Pude reconocer y aceptar que estar con las niñas todo el tiempo me parece aburridísimo. Que hay días que no quiero hacerme cargo de ellas.  Y que el instinto maternal que a veces veo fluir con tanta naturalidad en otras mujeres, a veces me cuesta encontrarlo. (La envidia del pene)

Aceptando esto, poniéndolo en palabras me di cuenta que justamente este es el mayor problema que enfrentamos las mujeres en la conciliación laboral.
Encajamos en descripciones demasiado estrechas lo que es ser mamá. Lo que es ser trabajador. Lo que es ser papá. Lo que es ser familia. Lo que es ser hombre y ser mujer.
Nos llenamos de deberías. Nos ponemos metas ilógicas. Impuestas del afuera y no que surgen del interior.

Las mujeres que se quedan en casa son unas mantenidas
Las mujeres que salen a trabajar son unas desnaturalizadas
Las amas de casa están desperdiciando su vida
Las que no están con sus hijos todo el día están criando criminales. ¿Para que tuvieron hijos?

Nos pasamos la vida dando cátedra de lo que debería ser. De lo que es mejor para los niños según no sé cuántas teorías.
Que si la presencia para que se sientan amados.
Que si mejor que la mamá esté satisfecha y no llene a sus hijos de culpas.

Palabras.
Palabras ajenas.

En un artículo, ¿Porqué las mujeres todavía no pueden tenerlo todo? (texto original en inglés) Anne-Marie Slaughter, plantea el tema de frente. Habla de cómo las mujeres no podemos tenerlo todo. Dice ella porque todavía no hay una verdadera equidad. 

De alguna manera tenemos que elegir. Y la elección implica renuncia. 

Considero que este es el punto clave. No me parece que sea un tema de cómo la sociedad no nos permite tenerlo todo. De la gran desigualdad porque los hombres no tienen ni siquiera que plantearse estos asuntos.

Me parece que el tema es justamente que las mujeres queremos tenerlo TODO.
Creo que esto es muy infantil. Porque repito. La elección implica renuncia. Siempre. Para todos.
Dudo que los hombres estén felices de trabajar horas y horas y no ver a sus hijos.  Al menos hoy en día. Creemos que es un tema femenino. Porque la mamá es la importante. Y nos ponemos, me parece, en un lugar muy exigente. Quererlo todo.

Una vez más, para mi, el camino ha sido la conciencia. Hacerme cargo de mis decisiones. Ser responsable por mi vida. Estar presente en mi para aceptar quién soy y lo que necesito sin cargar a mis hijas con esto.
Revisar los mandatos aprendidos. Darme cuenta desde que lugar elijo.

Lo mejor que puedo.

Trabajar o no trabajar, no creo que sea la cuestión.
No lo es para mi, las horas de cantidad vs. calidad.
La satisfacción personal vs. el sacrificio de las madres.
El éxito vs. la familia

No creo que sea el gobierno quién tenga que solucionarnos el problema.
Ni las licencias prolongadas ni la creación de más guarderías.
Ni trabajar en casa
Ni los horarios flexibles
Ni una sociedad mas equitativa.

Por supuesto esto ayudaría mucho,  y creo que hay muchas cosas por transformar.

Pero ese es otro tema.

Porque aunque todo esto cambie siempre estaremos insatisfechas.

La conciliación es una conciliación con nosotras mismas. Con estar en contacto con lo que somos y queremos y tomar decisiones adultas.
Trascender el individualismo sin confundirnos con el sacrificio.
Ser capaces de mirar nuestra sombra de frente para dejar de actuar como autómatas.
Liberarnos de mandatos impuestos y poder ser la madre que queremos de una manera más auténtica y libre.

La conciliación surge de cada hogar. De cada madre y de cada padre. De cómo desde esa conciencia se van construyendo nuevas maneras. Se abren nuevas posibilidades. Nuevas maternidades y nuevas paternidades. Una equidad que surge desde el interior de cada situación. De las necesidades reales de cada persona y cada familia, con sus particularidades. 

Para mi, los niños más que una madre en casa necesitan una madre …y un padre… que hagan conciencia de sí mismos.


viernes, 6 de diciembre de 2013

La crianza “demasiado” respetuosa

Por Ana María Constaín






Los niños son niños. Dependen de nosotros los adultos para sobrevivir. Y las necesidades de un ser humano para poder crecer en sano desarrollo, son muchas.

Los niños son niños. Necesitan contacto, mirada, espacio suficiente para poder explorar, moverse, jugar y aprender. Necesitan sostén para poder comprender sus emociones. Paciencia para crecer a su ritmo y descubrir las cosas por sí mismos.

Necesitan respeto.

Porque no son versiones miniatura de los adultos. Son seres que están habituándose al mundo. Conociéndolo.
Ellos nos traen una nueva mirada, una nueva manera de estar. Nos recuerdan un montón de cosas que hemos olvidado, justamente porque no somos niños. Somos adultos que hemos perdido el contacto con aspectos nuestros que los niños tienen tan frescos.

Esto para mi es bastante claro. El respeto al niño es la posibilidad de dejarlo ser. De darle un ambiente preparado para permitirle desarrollarse. Es verlo, como niño, y darle lo que necesita. No al revés.

Con esta claridad recibí a mis hijas.

Y esta claridad dejo de ser tan clara.

De repente el “respeto” se me convirtió en auto-imposición y como tantas otras veces, mis creencias han ido tambaleando.

Porque de lo que me he dado cuenta es que en pro de este respeto a veces pretendo que el mundo solo sea acerca de ellas. De sus necesidades. De sus ritmos.

Atenderlas sin atenderme es una ilusión.
Por supuesto están todos mis temas. Mis carencias. Entro en guerra con ellas por mis propios asuntos irresueltos. Por mis necesidades no atendidas. Por mi propia necesidad de mirada…

Y así es. Y esa es la madre que soy.

Así que en mi ya acostumbrados momentos de auto-tortura por no poder cumplir mis propias expectativas de ser la madre que debería, un día también me llegó una nueva claridad.

Respeto no es solo volcar el mundo alrededor de los niños. Esto es sobreprotección.

En mi maternidad estaba pretendiendo estar solo en un polo. En el lado protector, cuidador, sostenedor. Esa mamá que oye, atiende, contiene. La que busca el bienestar. La dadora.
Pero esta el otro lado. El de la energía masculina, que no pertenece solo al terreno del padre.
Es esta la madre que también frustra. Que enseña autoridad. La que pone obstáculos. La que empuja a las crías fuera del nido. La que dice claramente que no.

Me parece que a veces la crianza respetuosa es “demasiado” respetuosa.

Demasiado porque carece de este otro lado tan necesario para crecer.

Los niños, egocéntricos en gran parte, también necesitan saber que el mundo no gira alrededor de ellos. Que parte de estar en sociedad es poder esperar, hacer cosas por los demás, encontrar adentro maneras de permanecer de pie cuando el mundo es hostil.

Las necesidades de los adultos también siguen siendo importantes. Y no siempre tenemos que estar 100% disponibles. Contar con toda clase de recursos para que estén felices y entretenidos.
Las mamás podemos decir no tengo ganas de leer un cuento.
Podemos  querer trabajar, dormir solas en la cama, ver nuestros programas favoritos, leer un libro aunque sea una vez al año, salir con nuestras amigas solas.

Los niños pueden acompañarnos al supermercado y aburrirse. Ir al colegio aunque no tengas ganas. Comer lo que no les gusta. Llorar porque nos vamos a trabajar. Aguantarse una hora en el restaurante de adultos.

Ver esto y aceptarlo ha sido muy liberador.

En casa hay espacio para todos.

El respeto que construimos tiene mas que ver con poder reconocer las necesidades de cada uno y aprender a priorizar.

Recordarnos cada día que son niñas y ajustarnos a ellas sin olvidarnos de nosotros mismos.

Danzar en las dos polaridades.
Para que ellas crezcan en un ambiente nutricio y a la vez tengan oportunidades para encontrar dentro de sí lo que tienen. Porque si todo esta dado permanecerán dormidas. Si todo gira a su alrededor serán incapaces de mirar a otros. Si no habitan el vacío nada podrán crear. Si no encuentran obstáculos su fuerza se debilitará.


Permitirles (y permitirnos) tanto la simbiosis, como la separación.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Ser pareja con hijos

Por Ana María Constaín

Cuando nacen los hijos, y la mirada y sostén se vuelcan hacia ellos, se hace muy evidente que tan poco podemos sostenernos a nosotros mismos. 

Cuando nuestra pareja ve ahora por las necesidades de los recién llegados y nos retira la atención y la mirada, (y viceversa), se hace evidente el lugar que la pareja ocupaba. 
Cuanto nos sostenía. Cuanto nos llenaba. Cuanta de nuestra felicidad estaba puesta en ella. 

Porque los hijos llegan y rompen dinámicas afianzadas. Destruyen contratos neuróticos. Alianzas que hicimos para mantener intactos nuestros personajes. 

Si podemos darnos cuenta, podemos dejar morir estas maneras y ser pareja desde lugares nuevos. 
O tal vez descubrir que nunca lo fuimos y emprender caminos separados. 

Hace falta crecer en conciencia. Permitirnos soltar todas esas ideas acerca de lo que debería ser y aceptar lo que es. Hacernos cargo de nosotros mismos. 

Y esto es contracultural. 

Porque hemos aprendido que nuestra pareja “debería” hacer un montón de cosas y nosotras “deberíamos” hacer otro montón más. Es lo normal. Es lo esperado. Hay millones de consejos para no "descuidar a la pareja" cuando llegan los niños. 

Rápidamente queremos volver a lo de antes. A tener los mismos espacios de pareja. A tener el mismo cuerpo. A tener la misma vida sexual. A estar de la misma manera para el otro. Para que no se sienta abandonado. A volvernos a “armar” rápidamente. Para que el otro no nos abandone.

O también optamos por mirar al otro lado. Y nos volcamos en los hijos convirtiéndolos en nuestra pareja. O los ponemos en el medio para no ver de frente lo que sucede. O los usamos como excusa para evitar que nos dejen.

Cualquier cosa, menos habitar ese vacío que llenamos con relaciones.

Con el nacimiento de las niñas han venido estas tormentas. Han venido los gritos, peleas y reclamos. Las soledades. Los celos. Las envidias. Las adultas pataletas. Han surgido los mas profundos temores. Las incapacidades. Las exigencias. Las expectativas frustradas. 
Porque el otro no es el esposo que debería. Porque el otro no es el papá que debería. Porque yo ya no soy quien era. 

Llegan las niñas a ocupar mucho espacio. Casi todo el espacio. 

Él y yo dejamos de ser protagonistas. 

Ya no tenemos como ser “la esposa” y “el esposo”. 
Esos siempre disponibles para apoyarse, acompañarse, divertirse, rescatarse. Para comprenderse con dulzura, escucharse con paciencia, llenar nuestros mutuos vacíos. 

Todo esto se hace evidente. 
Entonces es momento de preguntarnos si ese amor que tenemos el uno por el otro, es un amor del ego. Un te amo mientras seas lo que necesito. Mientras me des lo que siempre me has dado. Mientras atiendas mis vacíos. Mientras seas ese del que me enamoré.

Porque con los hijos caen muchas capas. Salen muchas sombras.
No es que los hijos traigan problemas.
Es que evidencian lo que siempre ha estado.
Nos ponen en contacto con nuestras profundidades. 

Y no se puede pegar con babas lo que esta profundamente roto.

 Con el nacimiento de las niñas me he dado cuenta de que tengo/quiero caminar sola. Sola en el sentido de encontrarlo en mi. 
De dejar de responsabilizar al universo por mis infortunios.
De dejar de esperar que sea Nicolás el que me llene, ame, mire, reconozca, valide, abrace, escuche acompañe. 

Dejar de alimentarme de su luz y encontrar la mía propia.

Para poder entonces ser una pareja de dos seres completos que caminan juntos. 
Que son espejo el uno del otro para acompañarse a evolucionar.
Sosteniendo y atendiendo a nuestras hijas, que son quienes realmente lo necesitan.  

Ser pareja encontrando el amor de cada uno e invocándolo en el otro.
Siendo testigos uno del otro.
Transformando ideales caducos y creando algo nuevo. 
Entregándome al vacío del apropiarme de mi.

Reconociendo mi apego a lo conocido. 
Soltando a Nicolás.
Aceptándolo en todos sus estados. 
Con todo lo que es. Me guste o no. Me sirva o no.
Renunciando a hacerlo encajar en mi idea de lo que es un esposo. De lo que es un padre. 

Comprendiendo que sola, estoy completa y que nuestro encuentro es una elección que renovamos cada día. Nuestra relación se trasforma al ritmo de la vida. 
Estamos juntos no por promesas antiguas. No por compromisos impuestos. Estamos juntos porque hoy encontramos en esta unión un espacio nutricio y amoroso en el que queremos hacer familia.
En el que queremos crear, crecer y hacer vida. 

Siendo pareja con hijos me he encontrado a mi misma como nunca antes.
Siendo pareja con hijos he aprendido a estar sola.  
Siendo pareja con hijos me he permitido vivir un amor que nada tiene que ver con el amor romántico. 

Nicolás, 

Te amo todo.       

viernes, 8 de noviembre de 2013

Mamá, ¿Estás agotada?

Por Ana María Constaín







- Mamá jugamos.
- No Eloísa, ahora no.
- ¿por qué? ¿estás agotada?
______________

La palabra agotada viene junto con la palabra mamá.

Al menos en mi caso.

Desde que quedé embarazada por primera vez conocí un cansancio que no había sentido jamás.
Especialmente porque en la maternidad no hay pausas. Uno no deja de ser mamá los domingos, para recargar energía y continuar el lunes lleno de fuerza.
Ni puede tener sus horas de sueño para iniciar el día con gran vitalidad.

La maternidad es de todos los días, todas las horas, todos los instantes.
Y no importa mucho si uno está con los hijos o no. Ya no se es uno solo.
Una madre deja de ser individuo. Para siempre.

Sí, uno lo sabe desde antes de tener hijos. Todos te dicen: Duerme ahora, porque nunca más volverás a dormir igual!
Uno sabe que la vida da un vuelco. Que todo se transforma.
Uno lo ha oído.
Lo ha visto a su alrededor.
Uno imagina que está aunque sea un poco preparado.

Pero es imposible comprenderlo completamente hasta que un ser empieza a crecer en nuestro interior.

Embarazada empecé a sentir que estaba al servicio de alguien más. Mi cuerpo, mi mente, mis emociones, mi alma. Toda yo, estaba al servicio de crear un nuevo ser.
De permitirle a un alma convertirse en un pequeño ser humano.
Una increíble experiencia.

Y agotadora también.

Porque pronto me di cuenta que las mujeres queremos desde ese momento seguir con nuestra vida como si nada de esto estuviera pasando.
Si, dejamos de fumar, tomar, hacer deportes muy extremos. Comemos un poco mejor. Tal vez hagamos ejercicios prenatales.
Pero esto nada tiene que ver con asumir completamente lo que está sucediendo.
No queremos que nos traten diferente.
-Solo estoy embarazada! Decimos las mujeres modernas.

¿sólo?

Así empezamos. Con esta carrera de súper mamás. Callando un montón de cosas para no sentirnos débiles. Para no empezar a desapegarnos de una imagen de lo que somos que está a punto de morir.

El agotamiento de las madres, mi agotamiento, no es solo por esas noches de insomnio de pañales y leche. Cambiando sábanas. Cantando canciones de cuna. Bajando fiebres. Abrazando pesadillas.

Ni es solo por las interminables labores que requieren dos seres totalmente dependientes.  O por mantener el ritmo de dos niñas llenas de vitalidad con ganas de comerse el mundo.

Porque sí, el cansancio físico es bastante evidente. Y ese de alguna manera se puede atenuar con algunas manos solidarias.

Pero el verdadero agotamiento viene de mundos internos.

De todos esos pensamientos que revolotean sin parar. Esos juicios. Esas culpas. Esos temores. Esas exigencias.

Y viene de ese sostén emocional que necesitan los pequeños.
Ese sobre todo es el más invisible.
Porque no basta con abrazarlos. Jugar con ellos. Ir a encuentros de estimulación. Decirles te amo.
El sostén es esa permanente presencia y entrega. Esa conexión tan intensa que nos une a ellos.
Ese encuentro profundo que tenemos con nosotras mismas, una vez que con el niño en brazos se abren puertas inimaginadas.

Porque entonces nos damos cuenta de nuestro grandes vacíos. De nuestras heridas. Y nos sabemos incapaces de entregar algo que no tenemos del todo.
Nos faltan palabras para describir el dolor de sentirnos invisibles. De perder nuestros referentes. De dejar de tener nuestros espacios. De sentirnos profundamente solas, aunque tengamos, a veces, compañía.

Hay una batalla por no dejar eso que éramos. Una batalla por ser algo diferente a lo que estamos siendo. Una batalla por no desaparecer en ese mundo desconocido, caótico e incomprensible.

Esas batallas agotan. Más que cualquier cosa.

Este en cambio, es un agotamiento que no se resuelve tan fácil. No basta con que alguien cuide a los niños o nos ayude con la casa. Este cansancio no desaparece una noche completa de sueño. O con un viaje de escape.

A veces así lo creemos. Y normalmente ese es el apoyo que buscamos.

Por supuesto, esta ayuda sirve.

Pero para acceder a lo más profundo no basta.

Las mujeres callamos, mentimos, competimos, juzgamos. A otras y sobretodo a nosotras mismas.
Tememos romper esa imagen de maternidad que tenemos tan grabada.
No queremos que piensen que somos malas madres. Intentamos demostrar cuánto amamos a nuestros hijos.
Y en este juego nosotras mismas perdemos. Porque nos aislamos.
Y pierden nuestros hijos, porque nos desconectamos. 

No es fácil romper este silencio. Poner afuera un mundo tan íntimo. Exponerse a las miradas de otros.

Abrir el corazón.

Y aún así yo no veo otro camino.
Para mí conectarme con otras madres desde estas profundidades ha sido mi luz. Mi manera de despojarme de tantas capas. De atravesar tantos miedos. De reconocer todo lo que hay dentro de mi.
Encontrar sostén para poder sostener. Alimentarme de eso que tejemos juntas para poder liberar a mis hijas, y tantas otras personas, de tener que alimentarme.

Pudiendo nombrar todas estas cosas he podido vaciarme, contenida, para así entender que es dentro de mi donde encuentro la fuerza, el sostén y el amor de madre.
En ningún otro lugar.

Esto quiero compartir.
Estas palabras. Estos espacios.
Para que cada madre en su propio agotamiento, soledad y silencio, pueda, si quiere, encontrarse con otras.

Encontrarse consigo misma.


INFORMACIÓN SOBRE EL GRUPO DE CRIANZA
Facebook : Crianza y Gestalt
Acompañamiento individual: amconstain@cgs.com.co