lunes, 18 de noviembre de 2013

Ser pareja con hijos

Por Ana María Constaín

Cuando nacen los hijos, y la mirada y sostén se vuelcan hacia ellos, se hace muy evidente que tan poco podemos sostenernos a nosotros mismos. 

Cuando nuestra pareja ve ahora por las necesidades de los recién llegados y nos retira la atención y la mirada, (y viceversa), se hace evidente el lugar que la pareja ocupaba. 
Cuanto nos sostenía. Cuanto nos llenaba. Cuanta de nuestra felicidad estaba puesta en ella. 

Porque los hijos llegan y rompen dinámicas afianzadas. Destruyen contratos neuróticos. Alianzas que hicimos para mantener intactos nuestros personajes. 

Si podemos darnos cuenta, podemos dejar morir estas maneras y ser pareja desde lugares nuevos. 
O tal vez descubrir que nunca lo fuimos y emprender caminos separados. 

Hace falta crecer en conciencia. Permitirnos soltar todas esas ideas acerca de lo que debería ser y aceptar lo que es. Hacernos cargo de nosotros mismos. 

Y esto es contracultural. 

Porque hemos aprendido que nuestra pareja “debería” hacer un montón de cosas y nosotras “deberíamos” hacer otro montón más. Es lo normal. Es lo esperado. Hay millones de consejos para no "descuidar a la pareja" cuando llegan los niños. 

Rápidamente queremos volver a lo de antes. A tener los mismos espacios de pareja. A tener el mismo cuerpo. A tener la misma vida sexual. A estar de la misma manera para el otro. Para que no se sienta abandonado. A volvernos a “armar” rápidamente. Para que el otro no nos abandone.

O también optamos por mirar al otro lado. Y nos volcamos en los hijos convirtiéndolos en nuestra pareja. O los ponemos en el medio para no ver de frente lo que sucede. O los usamos como excusa para evitar que nos dejen.

Cualquier cosa, menos habitar ese vacío que llenamos con relaciones.

Con el nacimiento de las niñas han venido estas tormentas. Han venido los gritos, peleas y reclamos. Las soledades. Los celos. Las envidias. Las adultas pataletas. Han surgido los mas profundos temores. Las incapacidades. Las exigencias. Las expectativas frustradas. 
Porque el otro no es el esposo que debería. Porque el otro no es el papá que debería. Porque yo ya no soy quien era. 

Llegan las niñas a ocupar mucho espacio. Casi todo el espacio. 

Él y yo dejamos de ser protagonistas. 

Ya no tenemos como ser “la esposa” y “el esposo”. 
Esos siempre disponibles para apoyarse, acompañarse, divertirse, rescatarse. Para comprenderse con dulzura, escucharse con paciencia, llenar nuestros mutuos vacíos. 

Todo esto se hace evidente. 
Entonces es momento de preguntarnos si ese amor que tenemos el uno por el otro, es un amor del ego. Un te amo mientras seas lo que necesito. Mientras me des lo que siempre me has dado. Mientras atiendas mis vacíos. Mientras seas ese del que me enamoré.

Porque con los hijos caen muchas capas. Salen muchas sombras.
No es que los hijos traigan problemas.
Es que evidencian lo que siempre ha estado.
Nos ponen en contacto con nuestras profundidades. 

Y no se puede pegar con babas lo que esta profundamente roto.

 Con el nacimiento de las niñas me he dado cuenta de que tengo/quiero caminar sola. Sola en el sentido de encontrarlo en mi. 
De dejar de responsabilizar al universo por mis infortunios.
De dejar de esperar que sea Nicolás el que me llene, ame, mire, reconozca, valide, abrace, escuche acompañe. 

Dejar de alimentarme de su luz y encontrar la mía propia.

Para poder entonces ser una pareja de dos seres completos que caminan juntos. 
Que son espejo el uno del otro para acompañarse a evolucionar.
Sosteniendo y atendiendo a nuestras hijas, que son quienes realmente lo necesitan.  

Ser pareja encontrando el amor de cada uno e invocándolo en el otro.
Siendo testigos uno del otro.
Transformando ideales caducos y creando algo nuevo. 
Entregándome al vacío del apropiarme de mi.

Reconociendo mi apego a lo conocido. 
Soltando a Nicolás.
Aceptándolo en todos sus estados. 
Con todo lo que es. Me guste o no. Me sirva o no.
Renunciando a hacerlo encajar en mi idea de lo que es un esposo. De lo que es un padre. 

Comprendiendo que sola, estoy completa y que nuestro encuentro es una elección que renovamos cada día. Nuestra relación se trasforma al ritmo de la vida. 
Estamos juntos no por promesas antiguas. No por compromisos impuestos. Estamos juntos porque hoy encontramos en esta unión un espacio nutricio y amoroso en el que queremos hacer familia.
En el que queremos crear, crecer y hacer vida. 

Siendo pareja con hijos me he encontrado a mi misma como nunca antes.
Siendo pareja con hijos he aprendido a estar sola.  
Siendo pareja con hijos me he permitido vivir un amor que nada tiene que ver con el amor romántico. 

Nicolás, 

Te amo todo.       

viernes, 8 de noviembre de 2013

Mamá, ¿Estás agotada?

Por Ana María Constaín







- Mamá jugamos.
- No Eloísa, ahora no.
- ¿por qué? ¿estás agotada?
______________

La palabra agotada viene junto con la palabra mamá.

Al menos en mi caso.

Desde que quedé embarazada por primera vez conocí un cansancio que no había sentido jamás.
Especialmente porque en la maternidad no hay pausas. Uno no deja de ser mamá los domingos, para recargar energía y continuar el lunes lleno de fuerza.
Ni puede tener sus horas de sueño para iniciar el día con gran vitalidad.

La maternidad es de todos los días, todas las horas, todos los instantes.
Y no importa mucho si uno está con los hijos o no. Ya no se es uno solo.
Una madre deja de ser individuo. Para siempre.

Sí, uno lo sabe desde antes de tener hijos. Todos te dicen: Duerme ahora, porque nunca más volverás a dormir igual!
Uno sabe que la vida da un vuelco. Que todo se transforma.
Uno lo ha oído.
Lo ha visto a su alrededor.
Uno imagina que está aunque sea un poco preparado.

Pero es imposible comprenderlo completamente hasta que un ser empieza a crecer en nuestro interior.

Embarazada empecé a sentir que estaba al servicio de alguien más. Mi cuerpo, mi mente, mis emociones, mi alma. Toda yo, estaba al servicio de crear un nuevo ser.
De permitirle a un alma convertirse en un pequeño ser humano.
Una increíble experiencia.

Y agotadora también.

Porque pronto me di cuenta que las mujeres queremos desde ese momento seguir con nuestra vida como si nada de esto estuviera pasando.
Si, dejamos de fumar, tomar, hacer deportes muy extremos. Comemos un poco mejor. Tal vez hagamos ejercicios prenatales.
Pero esto nada tiene que ver con asumir completamente lo que está sucediendo.
No queremos que nos traten diferente.
-Solo estoy embarazada! Decimos las mujeres modernas.

¿sólo?

Así empezamos. Con esta carrera de súper mamás. Callando un montón de cosas para no sentirnos débiles. Para no empezar a desapegarnos de una imagen de lo que somos que está a punto de morir.

El agotamiento de las madres, mi agotamiento, no es solo por esas noches de insomnio de pañales y leche. Cambiando sábanas. Cantando canciones de cuna. Bajando fiebres. Abrazando pesadillas.

Ni es solo por las interminables labores que requieren dos seres totalmente dependientes.  O por mantener el ritmo de dos niñas llenas de vitalidad con ganas de comerse el mundo.

Porque sí, el cansancio físico es bastante evidente. Y ese de alguna manera se puede atenuar con algunas manos solidarias.

Pero el verdadero agotamiento viene de mundos internos.

De todos esos pensamientos que revolotean sin parar. Esos juicios. Esas culpas. Esos temores. Esas exigencias.

Y viene de ese sostén emocional que necesitan los pequeños.
Ese sobre todo es el más invisible.
Porque no basta con abrazarlos. Jugar con ellos. Ir a encuentros de estimulación. Decirles te amo.
El sostén es esa permanente presencia y entrega. Esa conexión tan intensa que nos une a ellos.
Ese encuentro profundo que tenemos con nosotras mismas, una vez que con el niño en brazos se abren puertas inimaginadas.

Porque entonces nos damos cuenta de nuestro grandes vacíos. De nuestras heridas. Y nos sabemos incapaces de entregar algo que no tenemos del todo.
Nos faltan palabras para describir el dolor de sentirnos invisibles. De perder nuestros referentes. De dejar de tener nuestros espacios. De sentirnos profundamente solas, aunque tengamos, a veces, compañía.

Hay una batalla por no dejar eso que éramos. Una batalla por ser algo diferente a lo que estamos siendo. Una batalla por no desaparecer en ese mundo desconocido, caótico e incomprensible.

Esas batallas agotan. Más que cualquier cosa.

Este en cambio, es un agotamiento que no se resuelve tan fácil. No basta con que alguien cuide a los niños o nos ayude con la casa. Este cansancio no desaparece una noche completa de sueño. O con un viaje de escape.

A veces así lo creemos. Y normalmente ese es el apoyo que buscamos.

Por supuesto, esta ayuda sirve.

Pero para acceder a lo más profundo no basta.

Las mujeres callamos, mentimos, competimos, juzgamos. A otras y sobretodo a nosotras mismas.
Tememos romper esa imagen de maternidad que tenemos tan grabada.
No queremos que piensen que somos malas madres. Intentamos demostrar cuánto amamos a nuestros hijos.
Y en este juego nosotras mismas perdemos. Porque nos aislamos.
Y pierden nuestros hijos, porque nos desconectamos. 

No es fácil romper este silencio. Poner afuera un mundo tan íntimo. Exponerse a las miradas de otros.

Abrir el corazón.

Y aún así yo no veo otro camino.
Para mí conectarme con otras madres desde estas profundidades ha sido mi luz. Mi manera de despojarme de tantas capas. De atravesar tantos miedos. De reconocer todo lo que hay dentro de mi.
Encontrar sostén para poder sostener. Alimentarme de eso que tejemos juntas para poder liberar a mis hijas, y tantas otras personas, de tener que alimentarme.

Pudiendo nombrar todas estas cosas he podido vaciarme, contenida, para así entender que es dentro de mi donde encuentro la fuerza, el sostén y el amor de madre.
En ningún otro lugar.

Esto quiero compartir.
Estas palabras. Estos espacios.
Para que cada madre en su propio agotamiento, soledad y silencio, pueda, si quiere, encontrarse con otras.

Encontrarse consigo misma.


INFORMACIÓN SOBRE EL GRUPO DE CRIANZA
Facebook : Crianza y Gestalt
Acompañamiento individual: amconstain@cgs.com.co






lunes, 4 de noviembre de 2013

La madre humana

Por Ana María Constaín



Acompañándome a mi, acompañando a otros, me he dado cuenta que tarde o temprano todos llegamos a una herida profunda.
Un abandono primario.
Una carencia infantil, de aquel bebé que nunca obtuvo todo lo que necesitó.
Porque nadie a su alrededor tenía suficiente para darle.
Ninguno ha tenido esos brazos siempre dispuestos. Esa teta nutricia. Ese flujo de amor incondicional.

Esa Madre.

Idealmente sostenida, conectada, fusionada con nosotros. Capaz de volcarse a su mundo interno para entregarse a nosotros llena de éxtasis, placer y amor.
Esa Madre que tiene a su lado un Padre, que trae el perfecto equilibrio.
Que sirve de polo a tierra para la naciente diada.

Tal vez nuestra humanidad no corresponde a este escenario. Tal vez justamente esta es la famosa “expulsión del paraíso”.
Y el “trauma de nacimiento” es esa separación. Ese corte de cordón que nos desune del todo del que veníamos.

Estamos la vida entera queriendo volver al paraíso. Buscando en la Madre ese Amor que tanto conocemos.
Pero nuestra madre no es la Madre. No en su totalidad. Porque ella es tan humana como nosotros.

Ahora que soy mamá y que he querido con todas mis fuerzas ser esta Madre para mis hijas, me doy cuenta de este dolor intenso que todos compartimos.

Este dolor humano.

De vez en vez puedo contactarlo sin escapar y estar allí. Permaneciendo.
Dándome cuenta de todo lo que hago para evitarlo.
Puedo ver que detrás de ese dolor está un gran vacío que intento llenar a punta de mundo.
Me reconozco en esta niña eterna que exige y demanda mirada, reconocimiento, atención plena.
Buscando al final ese Amor que nostálgicamente recuerdo.

Me sé igual que todos. En este desesperado intento por sentirnos plenos. Llenos. Satisfechos. Tantas palabras que ni alcanzan a describir esa sensación que constantemente perseguimos.
Nos ocupamos. Nos distraemos. Comemos alivios. Consumimos cariño. De muchas maneras. Pataleamos. Nos indignamos y ofendemos. Peleamos. Gritamos y exigimos. Nos escondemos. Nos portamos muy bien. Seducimos. Asustamos. Nos enfermamos. Manipulamos.
Nos volvemos víctimas. O villanos.

De vez en vez, a la luz de la conciencia,
Me doy cuenta.
Puedo atravesar este terrible dolor y acceder al insoportable vacío para quedarme un rato.
Puedo llenarme de esta terrorífica soledad que nadie, nadie puede quitarme.
Y me siento ahogada. Perdida. Enfurecida. Cansada.
Me quiero rendir.
Siento morir.

Solo entonces puedo sentir que ese Amor tan anhelado está en mi. Debajo de todo lo demás. Y por instantes siento el retorno a mi paraíso.

En estos momentos puedo liberar a los demás de la carga de hacerme feliz.
De la culpa de hacerme quién soy.
De la exigencia de darme lo que necesito.
De la responsabilidad de mejorar mi vida.

Me puedo liberar incluso yo misma.

En estos momentos veo a mis hijas. Y me libero de ser esa Madre, que no puedo ser.
Porque sé que ese dolor también les pertenece. Y que ese Amor está en ellas.

Por instantes comprendo que mi razón de ser en su vida es poder contactar ese Amor en mi para permitirles a ellas contactar con el propio.

Ayudarnos a recordar el camino.

Sabernos seres humanos, aceptándonos en esa naturaleza. Con sus blancos y negros, sus luces y sombras.

Pudiendo acompañarnos en ese dolor. Acompañarnos en la soledad. Acompañarnos en el vacío.

Siendo reflejo unos de otros para aprender de este mundo.

A veces sé que no puedo ser más que quién soy. Que es inútil pretender ser algo diferente. Exigirme darles a ellas aquello que yo tanto necesito.  Culparme por no hacerlo.

Porque a veces creo que esa Madre que anhelamos y que pretendemos ser, no es la madre humana. Es la representación del Amor que somos. Del Amor del que venimos.

Yo, mamá de Eloísa, mamá de Matilde, no puedo ser esa Madre. Evitarles el dolor de estar en este mundo. Protegerlas de la soledad de esa separación.
Me parece que solo puedo enseñarles un poco del mundo y sus formas. Acompañarlas en toda la marea que implica ser persona.

Y juntos, recordarnos ese Amor que tenemos adentro, 
que parece contagioso  
que no puede darse para llenar a otros sino que se puede despertar para que otros lo recuerden y lo despierten.

Tantas, tantísimas veces me siento perdida, llena de preguntas sin respuestas, confundida.
Viendo tanto sufrimiento. Intentando buscar soluciones para un mundo difícil y denso.
Queriendo desesperadamente escapar. Darles a mis hijas algo diferente.

Y a veces, como hoy, puedo aceptar. Y me parece comprender que el camino es sobretodo hacia adentro.

Lo demás se va dando.
Las respuestas van apareciendo.
Las transformación va sucediendo.

Para mis hijas,
Mi responsabilidad por mi vida, su liberación
Mi presencia, su contención
Mi consciencia, mi legado,
Mi amor, su alimento.

El camino, es suyo.

Y también su humanidad.

Con todo lo que eso significa.