martes, 1 de abril de 2014

El ácido no apaga la luz - Sobre la fuerza del amor.


 Por Ana María Constaín

Hay días en los que me duele la humanidad. Hay tantos actos de crueldad y odio. Acciones premeditadas que dañan en niveles tan profundos.

Natalia, una amiga de niñez, está hospitalizada. Su identidad ha sido amenazada con un ácido que se encuentra a la vuelta de la esquina. Su piel sufre por un odio que no le pertenece a ella. Allí está luchando por permanecer en un mundo, que a veces yo pienso, ni vale la pena.

Es esa oscuridad que nos ronda.

Cuando supe salió a la superficie mi propia oscuridad. El odio. La ira. La venganza. El miedo. Mi propia crueldad.
Que lo maten. Que lo quemen. Que lo encierren de por vida.
Inundada en la incomprensión. Ahogada en un dolor intenso. Ese que marea y que quita la respiración.

Porque no es justo. Porque es miserable. Porque Natalia no lo merece. Ni ella ni nadie. Porque no concibo que mis hijas crezcan en un lugar donde esto es posible.

Esta oscuridad, llama a la oscuridad. El odio de estos actos convoca el odio que habita en todos. Una sombra que se alimenta y crece posándose en la vida.

A veces.

Y a veces pasa que la luz es inmensamente más grande.
Una vez vi mis monstruos de frente puede dejarlos morir. Darme cuenta de que los humanos no somos eso.
¿Porqué son malos los malos?  - Me pregunta Eloísa tantas veces.
- Porque han olvidado el amor de su corazón.  - He atinado a contestarle.

Yo lo olvido.

La luz no se apaga con ácido. 
Ni con nada.

La luz de las miles de personas que se han unido en todo el mundo en oración, meditación, cantos, voces, energía de amor.
Luz de personas conocidas y desconocidas conmovidas. Recordándonos de que estamos verdaderamente hechos.

Todos.

Aunque seamos capaces de cosas tan brutales.

La oscuridad se acaba con la luz. La luz del amor que somos.

No es un discurso romántico.
No creo en ignorar lo indeseable y enfocarnos solo en lo “positivo”. Ni comulgo con la falsa espiritualidad de creernos todos tan buenas personas y perdonar al prójimo.

El perdón es un resultado de extinguir el odio que al final no más que la ausencia del amor.

Así que se trata más de abrir el camino al amor. Limpiar la basura. Luchar con nuestros fantasmas. Mirar de frente nuestra propia oscuridad que se manifiesta tan burdamente en unos cuantos tan carentes.

Trascender los impulsos de responder desde terrenos puramente emocionales y seguir excavando. Para encontrar esa esencia que es capaz de irradiar luz y amor.
Que es capaz de convocar a velocidades inimaginables masas de gente impensables y que puede entender, desde la incomprensión, lo verdaderamente importante.

Devolvernos la fe en la humanidad. Multiplicar la luz. Contagiarnos de confianza. Recordar el potencial que tenemos. Sabernos grandes. Sabernos divinos.

Y eso el ácido, no lo puede apagar.