jueves, 28 de mayo de 2015

¡Ignóralo! – Sobre el bullying y otras conductas indeseables

Por Ana María Constaín




Amadas hijas,

A veces cuando un niño o una niña las molesta, o no las trata como les gustaría, yo les he dicho, ¡Ignóralo!, no le hagas caso.

Es algo que solemos decir cuando alguien se comporta de una manera que nos parece inadecuada.
Me parece que creemos que ignorando a la persona, le estamos mandando el mensaje de que su conducta no es aceptable y que no vamos a permitir que se porten así.

Así, como cuando a veces los niños hacen pataletas y los adultos decimos también, ¡Ignóralo!, para que aprenda que esa no es la forma correcta de pedir o decir las cosas.

Es la estrategia de la indiferencia. Creemos que si no ponemos atención, la otra persona entiende, ¡Ah! Esto no se hace, mejor lo haré de otra manera.

Pero amadas hijas,
Esto no es así.
La otra persona no entiende, sino que se siente lastimada.
Porque esa persona probablemente se porta así porque no puede pedir las cosas de una mejor manera.
Tal vez muchas veces ni siquiera sabe que es lo que quiere. No ha podido darse cuenta.

Me parece que a nadie le gusta sentirse ignorado. Sentir que no le hacen caso o que no es suficientemente importante como para que la otra persona le ponga atención.

He aprendido,  viéndolas a ustedes, estando con  otros niños y niñas, acompañando a adultos con muchas heridas, sintiéndome a mi,
que lo que más necesitamos es la mirada y el amor del otro.
Saber que los demás saben que existimos y que puedan ver lo que somos en lo más profundo

Muchas veces Eloísa, me has preguntado porqué la gente es mala, porque ciertos niños te tratan mal o son groseros contigo, y hemos hablado de tantas ocasiones en las que se nos olvida cómo acceder al amor en nuestro corazón o al amor que hay disponible para nosotros.

Hoy el bullying es un tema de moda. Seguramente ya habrán oído esa palabra. Queremos como sea evitar ser un mundo tan violento. Eliminar toda esa agresión que produce actos tan trágicos.

Pero amadas hijas, todo eso: el bullying, las pataletas, los gritos y golpes, el terrorismo y los actos de crueldad, la violencia tan cercana y tan adentro de nosotros,
Creo que es un desesperado llamado de atención

No le hagas caso, ¡Sólo quiere llamar la atención!, decimos,

¡Precisamente!

Ahora me parece un poco tonto de nuestra parte, que cuando alguien quiere atención lo ignoremos. Que cuando más han olvidado el amor, menos les demos.

Castigamos con frialdad, al que más frío tiene. Ignoramos, al que menos tenido en cuenta se siente. Señalamos de malo, al que no puede contactar con su bondad.
Hacemos políticas de Cero Tolerancia, para enseñar tolerancia
Aislamos al que más necesita conexión. 

Abrimos una gran brecha entre los buenos y los malos

Pero amadas hijas,
Todos tenemos algo de buenos y algo de malos.
Todos en algunos momentos nos alejamos mucho del amor. Lo que pasa es que algunos contamos con la suerte de tener mucho amor alrededor que pronto nos ayuda a sentirlo de nuevo.

Algunos no. Y entonces ese camino hacia su corazón se hace cada vez más estrecho, con más obstáculos y pareciera que ya no hay manera de acceder.

¡Por supuesto, se vuelve un gran problema! Porque claro está que cuando peor nos portamos, menos quieren estar con nosotros, y nuestros actos tienen consecuencias.

No es tan fácil dar amor a alguien que nos hace daño,
Pero amadas hijas, creo que esto es porque estamos muy confundidos
Creemos que dar amor es quedarnos y dejar que nos lastimen.
Permitir que las necesidades de los demás sean más importantes que las de nosotros.
O sentir lástima y evitar que cada quién asuma sus consecuencias.


Es muy diferente ignorar
a poner un límite
a decir: esto que haces no me gusta

Es distinto excluir
a expresar: no quiero estar contigo si me maltratas
o me gusta más cuando podemos ser amables

No es lo mismo no poner atención
a decir: sé que estás bravo y esperaré a que te calmes,
a explicar: de esa manera no entiendo lo que quieres

No es igual expulsar
a enseñar que para estar con otros es necesario tener en cuenta a los demás
a mostrar las consecuencias de las acciones

Ustedes, amadas hijas, pueden retirarse, 
pedir ayuda, expresar lo que no les gusta, 
decir lo que necesitan, protegerse, 
buscar relaciones que las enriquezcan. 
Eso es amarse a sí mismas, 

y ser amorosos con el otro, 
al final se trata de ayudarle a ver
que eso que hace no es quien es,
decir no a sus acciones, en lugar de decir no a su ser.
permitirle conectarse con otros, para reconocerse a sí mismo,
ayudarle, dentro de nuestras posibilidades
A encontrar de nuevo el camino al corazón

Y a veces, amadas hijas,
solo basta con que ustedes persistan en encontrar ese camino en ustedes mismas,
porque el amor es contagioso

y profundamente transformador.

sábado, 9 de mayo de 2015

Mamá Psicóloga

Por Ana María Constaín




Soy Psicóloga, lo fui antes de ser mamá.

Ahora soy mamá psicóloga.

¡Qué suerte tienes! Sabes un montón de cosas para criar a tus hijas, dicen algunos.
¡Uy pobres!, un psicóloga en casa todo el día, dicen otros.

La verdad tiene un poco de ambas afirmaciones.

Cuando nació Eloísa quería tener una máquina capaz de eliminar de mi cabeza todo mi conocimiento. 

Ciertamente el bombardeo de sabias teorías sobre como se traumatizan los niños en su niñez, no ayudaba para nada. Por el contrario era una gran interferencia en una naciente relación que necesitaba más de mi que de mis dotes profesionales. Porque además “ser psicólogo” incluye tener una amplia gama de información que se contradice ridículamente.
Si a eso le sumo que mi relación  con una gran parte de la piscología que aprendí y la que ronda por ahí, es bastante desfavorable, lo que queda es una maraña de confusión que más que guiarme me produjo una angustia asfixiante.

La lista de complejos, deficiencias, carencias emocionales, malignidades inconscientes y vínculos insuficientes era larga y agobiante

Por fortuna no he sido solo psicóloga, sino ser humano, y los últimos años previos a mi maternidad me habían llevado por un proceso de trabajo personal, y por piscologías más integrales que me permitieron verme en profundidad.

Pude colgar mi traje de psicóloga, silenciar mi mente por cortos momentos y conectarme conmigo y mi amor inmenso que logra abrirse paso entre la marea que se desata una vez se engendra un ser.

Esa si ha sido la ventaja para mis hijas, y claro, para mi.
Esta insistencia casi obsesiva por ampliar mi conciencia constantemente, por aceptar todo lo que ha venido, lo bonito y lo feo; la buena y la mala madre. Esta mi perseverancia por ser mi mejor versión y ver en mis hijas lo que son en esencia, sabiendo al mismo tiempo que seremos también tantas otras cosas a veces indeseables, en este proceso por el que tenemos que pasar por el simple hecho de ser personas.

Además de mamá psicóloga, soy psicóloga mamá.

Hacerme cargo de mis hijas, y de mi misma para poder sostenerlas, ha ocupado todo el espacio. Gran cosa! Porque entonces no me queda nada para tratar de salvar a los niños y niñas que llegan a mi consultorio. No puedo ya intentar ser esa madre que no tienen y dar lecciones de cómo es que deben hacerse las cosas. No me quedan ganas de señalar los millones de errores que tienen a los niños en situaciones inaceptables. Porque además señalar sería señalarme a mi misma.
Ahora me veo un poco en cada caso de abandono, maltrato, desconexión, soledad, rabia, descontrol. Puedo saber en carne propia lo que es no ver lo que para otros es tan obvio. Sentir en mi piel esa impotencia y ese dolor que acompañan la crianza de los hijos.
El miedo que inunda todo. La tristeza que aparece sin avisar. La rabia que ha estado escondida y que rompe violentamente con cualquier intento de paz y armonía.

He probado una y otra vez fallidamente consejos, pautas y estrategias ajenas, para darme cuenta de que nada funciona hasta que comprenda ampliamente que es lo que nos trae a cada situación.

Una vez más reafirmo que más que psicóloga soy ser humano, y que eso es lo que mis pacientes necesitan.

Al final lo que más necesitamos es alguien que nos acompañe a vernos desde nuevos lugares, a expresar lo prohibido, a aceptar lo que somos y lo que hemos sido.
Anhelamos un espacio en el que podamos ser vistos por quién realmente somos y ser amados incondicionalmente.

Me gusta verme como esa que facilita un espacio para que se teja nuevamente ese lazo entre los niños y sus padres y madres. Para que puedan recorrer un camino hacia su corazón y hacia su esencia y darse cuenta poco a poco, que todas esas conductas, emociones, síntomas no son más que señales para mostrarnos el camino. Maneras para que nos demos cuenta que vamos por la ruta equivocada.

Ser madre me ha permitido ( a veces obligado) a comprender que no tengo que salvar a nadie de nada. No soy mamá sustituta de nadie, ni soy mejor que las personas que vienen a verme. No tengo mejores respuestas, ni soluciones mágicas.

Y ser psicóloga me ha permitido tener herramientas para ver a mis hijas y comprenderlas. Adentrarme a los mundos internos de la psique en mi intento por entender el misterio de la existencia, para darme cuanta al fin que la mente no alcanza.

Soy lo que soy. Tengo mi camino recorrido, mis travesías en universos complejos. Tengo mi valentía para adentrarme en lugares oscuros y mi sensibilidad que me permite contactar con lugares luminosos. Tengo mi tesón y constancia por ver siempre más allá ( y más acá)
Y tengo esta mezcla extraña entre mi dificultad para vivir en un mundo tan cruel y doloroso y al mismo tiempo una profunda fe en los seres humanos.


Ser mamá-psicóloga o psicóloga-mamá, no es más que ser yo y ponerlo a disposición de otros y sobretodo abrirme a la posibilidad de transformarme día a día en ese encuentro con tantas personas que llegan a mi vida y me enseñan tanto o más de lo que yo puedo enseñarles.