sábado, 28 de noviembre de 2015

Podría decir que amen sus cuerpos, pero no es suficiente.

Por Ana María Constaín




Amadas hijas

No recuerdo la última vez que me vi al espejo y me sentí bien con mi cuerpo. Solamente puedo hacer memoria de esas veces que con nostalgia he visto fotos antiguas, anhelando volver a esa figura.
Pero aún así, si vuelvo atrás a ese tiempo, tampoco me sentía conforme.
Siempre hay algo que ha faltado, sobrado, ha sido muy blando, muy duro, muy grande, muy pequeño, del color inadecuado. 

Es una batalla permanente contra la imagen que devuelve el reflejo.

Últimamente había evitado mirarme y salir en fotos y empecé a notar que vestirme por la mañana era un trámite necesario y mas bien desagradable. Ni que decir del pánico de una vacaciones próximas que requieren vestido de baño.

Amadas hijas,
Ayer pasó algo nuevo en mi vida. 
Bien saben que soy de hacer poco ejercicio, pero a veces, tengo estos arranques y me animo a moverme. Normalmente porque la ropa empieza a apretar.

Así que ayer entré al gimnasio, venciendo la inercia de la cama y las excusas. Entré a la clase y me inundaron las palabras del ambiente:
“Yo desayuno un licuado, jamás como dulce, eliminé las harinas, nada de alcohol, hay que hacer mínimo media hora de ejercicio diario, tengo que bajar más este gordo….”
Fue como una invasión de palabras que me asfixió. Para rematar llegué temprano y no me quedó mas remedio que enfrentarme a la pared de espejos, normalmente cubierta por personas. 

Decidí quedarme ahí y verme, permanecer durante toda la clase y prestar atención a esa imagen frente a mi, siguiendo sus movimientos que tantas veces he considerado torpes. Me entregué a la música y pude sentirme más que pensarme.

Digo que algo nuevo pasó porque por primera vez me sentí realmente bien. 
Por primera vez amé lo que veía.
No es que me gustara, es que sentí amor.

Amadas Hijas,

Podría decirles amen su cuerpo,
Pero creo que eso no basta, porque son solo palabras,

Vivimos en una cultura que no ama su cuerpo, así que esto no es tan fácil de aprender.
Desde que nacen los bebés nos obsesionamos con su peso. Las tablas de percentiles parecen evaluaciones en las que un peso por debajo y una talla por encima se convierte en un motivo de felicidad. Así de locos estamos.
Luego nos obsesionamos con la alimentación.  Quizá pongamos la salud de mediadora, pero la realidad es que en el fondo tememos también por sus futuros cuerpos.
Los ponemos a dieta desde pequeños, les restringimos alimentos y sometemos a clases que satisfacen más nuestra necesidad.
Interrumpimos su contacto con el mundo por nuestros miedos, poniendo muchas prendas de más y encerrando su vitalidad.

Les puedo decir que amen su cuerpo,
Pero nos han visto despreciando los nuestros una y otra vez.
Escondiéndolos. Tapándolos.
Han oído en las reuniones sociales como el peso de los demás es un tema central. Quién subió, quién bajo y como esto además es un indicador de éxito.
Están inmersas en imágenes  y juguetes que les dicen que cuerpo y aspecto deben tener,
Y aunque aún son pequeñas ya sus cuerpos han sido evaluados, juzgados y sujetos de opinión y expectativas, millones de veces.

Les puedo decir que amen su cuerpo
Pero les prohibimos el placer constantemente
Les enseñamos que el respeto es reprimir su sexualidad
Y que dejarse tocar es peligroso
Les respetamos poco sus gustos,
Escuchamos mínimamente sus sensaciones y las nuestras
Limitamos su movimiento,
Restringimos su libre expresión.

Amadas hijas,
Les puedo decir que amen sus cuerpos,
pero quizá es mejor que empiece yo por amar el mío.
Aceptarlo tal y como es. No solo en palabras.

Estoy empezando a hacerlo. 

Veo la cicatriz que las trajo al mundo, las estrías que les dieron espacio para crecer, la grasa que me ha protegido de situaciones que no podía elaborar.

Agradezco una pelvis cerrada y unas tetas doloridas que me abrieron a tanta consciencia y contacto conmigo.

Siento la piel que tanto placer me ha dado, y que me da tanta información del mundo. Cuanto amor nos hemos transmitido tocándonos.

Renuevo mis sentidos, con tantos niños que me invitan a hacerlo en mi sagrado consultorio, pidiéndome a gritos que los acompañe a revivir los propios.
Y también con ustedes: olorosas, pegajosas, suaves, risueñas y sonoras.

Dejo de pelear con la comida, la recibo y disfruto. La siento y me doy cuenta lo que necesito y quiero. Despierto el gusto. Siento mi digestión.

Bailo, siento el disfrute de danzar más con cuerpo que con pensamientos.
Me muevo, siento mis pies, mis piernas, recuerdo todos los pasos que han dado los lugares a los que me han llevado.

Me permito el gozo,  camino descalza, me suelto el pelo,
Siento el dolor que sabiamente me muestra el camino.

Ya no quiero seguir escondiéndome, avergonzándome, tapándome. Escogiendo el lugar estratégico en las fotos, usando colores que mimetizan, haciendo sacrificios inútiles y castigándome.
Sé que tomará un tiempo.

Amadas hijas,
Hoy también quiero decirles que yo amo profundamente su cuerpo

Eloísa,
Amo tu cuerpo imponente que no puede pasar desapercibido. Un cuerpo que contiene toda tu belleza e inmensidad.
Amo tu pelo dorado que brilla como tu con la luz del sol
Y tus ojos profundos que muestran tu sabiduría y tu alma
Amo tu baile y tu canto libres y auténticos. Imposibles de ser amaestrados.
Y la manera como vas adueñándote de tus movimientos para vencer el miedo y llegar a donde tu quieres.
Amo tu perseverancia por defender tus gustos y comer todo aquello que tu energía consume a un ritmo incomprensible.
Amo tu vitalidad y tus expresiones que sin palabras cuentan todo.
Tu piel sensible que a pesar de mi desesperación exige telas suaves y que te den libertad.
Amo tus sentidos despiertos que nos se pierden de nada y se alían con tu curiosidad inmensa por conocer el mundo.

Matilde,
Amo tu caminar firme que deja huella por donde pasas.
Tu habilidad para escalar, saltar y moverte para alcanzar lo que tu quieres.
Amo tus percepción aguda, que no permite un plato sucio, o un ruido fuerte y tu lengua con su punta-antena que decide lo que entra a tu boca.
Amo tu cuerpo giratorio, que ama dar vueltas sin parar
Y esos pies que se asoman de los escondites.
Amo tu risa y tu dulce voz que trasmiten todo lo que eres
Y la manera en como buscas contacto y repartes besos y abrazos para dar amor constantemente
Amo tu carita de facciones finas y tus ojos profundos e imponentes que muestran tu grandeza y dulzura.
Y tu pelo dorado y suave que brilla como tu
Amo tu piel sensible, termómetro de tu interior que sabiamente nos ha guiado para darte lo  que necesitas.

Amadas hijas,
Puedo decirles que amen su cuerpo,
Pero más que eso quiero
Aceptar el mío, el suyo, el de papá,
Dejar de juzgar el de otras personas.

Centrarnos en sentir, honrar, cuidar, escuchar, habitar, celebrar, gozar nuestros cuerpos.

Amarlos profundamente

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